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Informe IPCC 2022

  • ¿Qué puede hacer para mitigar el cambio climático según el IPCC?

    7  -  9 minutos

    Shutterstock / Sandor Szmutko

    No por esperado ha resultado menos alarmante. Esta semana se ha hecho pública la tercera y última parte del Sexto informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU.

    En informes previos, se planteaban medidas tecnológicamente más accesibles y recortes más progresivos. Ahora, la urgencia que exige limitar el calentamiento global a 1,5 ℃ (o de forma más realista, a 2 ℃) hace que los expertos planteen la necesidad de implementar políticas drásticas en el corto plazo combinadas a medio plazo con tecnologías como la captura de carbono, cuya aplicación a gran escala aún se enfrenta a importantes retos técnicos.

    Una novedad importante del nuevo informe es que incorpora un análisis centrado en las decisiones que las personas y hogares toman como consumidores. Es sobre el consumo de energía directo e indirecto de los hogares sobre el que recaen las acciones de choque a corto plazo (de aquí a 2050).

    En el contexto actual –precios de los productos energéticos al alzaalta dependencia de países no democráticos–, el debate sobre qué impacto pueden tener nuestras acciones se agudiza.

    La huella de carbono de los ciudadanos es una medida adecuada para medir su responsabilidad, pues considera las emisiones directas e indirectas asociadas a las decisiones que toman. Un cambio en las pautas de consumo ayuda a guiar a la economía por una senda de desarrollo más sostenible y puede contribuir a mitigar el cambio climático.

    El enfoque “evitar-cambiar-mejorar”

    El informe estructura las medidas siguiendo el enfoque “evitar-cambiar-mejorar”, que originalmente se aplicó al transporte sostenible, pero que ahora se emplea de forma más general al comportamiento de los consumidores.

    El panel de expertos estima el potencial de mitigación de estas medidas en un 40-70 % de reducción de emisiones. Se podría alcanzar un 5 % de forma muy rápida solo con cambios en nuestros hábitos (principalmente en los países desarrollados). Además de en esos factores socioculturales, las medidas también se centran en el uso de infraestructuras y la adopción de nuevas tecnologías que permitan dichas modificaciones.

    Entre los cambios de comportamiento, en la categoría “evitar”, encontramos la no utilización del coche y la reducción de un vuelo de larga distancia al año como los dos elementos con mayor potencial mitigador a nivel individual, seguidos a distancia por el aumento del teletrabajo, un menor uso y mayor reciclaje de envases y la reducción del desperdicio alimentario.

    Como “cambios”, se incluyen un mayor uso del transporte público, la reducción del consumo de carne, una mayor movilidad activa (bicicleta y caminar) y la sustitución del avión, cuando sea posible, por el tren.

    Dentro de las “mejoras”, las medidas estrella son el vehículo eléctrico movido cada vez más por energías renovables, que también deberían proporcionar la electricidad de nuestros hogares, y las mejoras en el aislamiento y formas de calentar nuestros hogares.

    En términos individuales, abandonar el coche de combustión y usar el eléctrico (o aún mejor, caminar y usar la bicicleta), podría reducir 2 toneladas de CO₂ equivalente al año por persona. Y otro tanto la reducción de un vuelo al año.

    En total, podría llegarse a un ahorro de 9 toneladas de CO₂ equivalente con las medidas indicadas. Pero esto sería para consumidores con alto gasto en países desarrollados. Para la población mundial en su conjunto, la medida más relevante sería el cambio en la dieta, puesto que la mayoría no vuela, su gasto es muy reducido y sus emisiones están muy por debajo de la media mundial de 7,8 toneladas.

    La huella de las empresas y el greenwashing

    Las contribuciones por parte de los consumidores nos permitirían ganar tiempo –que ya hemos perdido casi por completo– mientras se profundiza en los cambios para deshacernos de la energía fósil. Eliminarla requiere todavía superar, no solo obstáculos tecnológicos (aplicación del hidrógeno en aviones y barcos, por ejemplo), sino también relativos a la transferencia de conocimiento y la financiación.

    Los Gobiernos deben implantar políticas más ambiciosas que las aplicadas hasta el momento. El plan Objetivo 55 que se está debatiendo en la UE para la transición ecológica propone reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en un 55 % para 2030 (comparado con 1990) y lograr la neutralidad climática para 2050. Este plan se centra, entre otros ámbitos, en la energía, la movilidad y la alimentación en la línea de las recomendaciones del Sexto Informe del IPCC. Es un paso en la dirección adecuada, pero sin un compromiso firme de la población será insuficiente.

    Sin embargo, las medidas de mitigación centradas en la demanda (los consumidores), al trasladar la responsabilidad a los hogares, permiten que los principales responsables de las emisiones de carbono se “laven las manos”. Hablamos de las empresas y, sobre todo, de las multinacionales.

    Un análisis de las emisiones de carbono directas en la economía española muestra que los consumidores son responsables del 25 % de las emisiones directas en 2020, el restante 75 % corresponde a las empresas. Y, para la economía mundial, 90 compañías públicas y privadas de energías fósiles son responsables directamente del 63 % de las emisiones históricas.

    Las filiales de multinacionales representan el 22,5 % de la huella de carbono de la economía mundial y solo las filiales de EE. UU. operando en el resto del mundo representan el 1,5 % del total de emisiones.

    Existen iniciativas para luchar contra el cambio climático en el ámbito privado en las que se implican cada vez más empresas –Science based targets, SBTi, normativas ISO 14064 de huella de carbono de organización, GHG Protocol, Carbon Disclosure Project, la plataforma NAZCA de la ONU, etc.–. Cada vez están más concienciadas sobre la reducción de su huella de carbono por la creciente presión de los consumidores e inversores. No obstante, queda mucho por hacer. También para asegurar que las medidas tomadas no sean un mero “lavado verde” (greenwashing).

    Las Naciones Unidas (y la Unión Europea) son conscientes de la existencia creciente de este greenswashing. Por ello, las Naciones Unidas acaba de lanzar en el mes de abril de 2022 un grupo de expertos de alto nivel para combatirlo. El objetivo es empujar a las empresas, los inversores y las ciudades a cumplir sus promesas de cero emisiones.

    Aspecto de la protesta de Rebelión Científica frente al Congreso de los Diputados de España el 6 de abril de 2022. Rebelión Científica / Rodri Mínguez

    ¿Cambiaremos los consumidores nuestro comportamiento?

    La perspectiva positiva de esta visión del IPCC es que los cambios en nuestros hábitos pueden ser compatibles con la mejora global del bienestar: contribuyen a reducir las diferencias debidas a la desigualdad económica –los países desarrollados y los hogares con mayor renta son los mayores responsables de las emisiones y su reducción– y las desigualdades por sexo –los hombres tienden a comer más proteína animal y desplazarse en mayor medida en coche– y a mejorar la gobernanza al reducir la concentración de poder de ciertos países y colectivos y aumentar la participación ciudadana.

    La adopción y efectividad de las medidas estarán muy condicionadas por las enormes desigualdades económicas y por la injusta distribución de las responsabilidades climáticas entre individuos. Todos debemos esforzarnos por cambiar hábitos, aunque las predicciones para 2030 apuntan a que el 50 % de la población mundial más pobre producirá emisiones muy por debajo del objetivo, mientras que el nivel de emisiones del 1 % más rico será 30 veces superior a lo fijado en el Acuerdo de París.

    Los expertos reconocen que la motivación de los consumidores para implementar estos cambios necesarios es reducida a nivel mundial. Por ello, van a ser imprescindibles políticas de incentivos y penalizaciones que tengan en cuenta los contextos sociales y culturales en cada país.

    A la hora de evitar medidas muy contaminantes o promover aquellas sostenibles, no podemos solo pensar en soluciones relacionadas con impuestos a los gases de efecto invernadero que supongan aumentos de precios, ya que dichas medidas pueden ser regresivas y tienen un escaso efecto sobre los hogares de mayor renta.

    Es muy importante regular y limitar actuaciones y, en ocasiones, incluso prohibir. Establecer zonas de bajas emisiones en los centros urbanos, prohibir el uso de plásticos de un único uso y la venta de vehículos de combustibles fósiles, etc., son medidas que ya se han tomado o que hay que ir tomando con arrojo y valentía para acompañar y promover o limitar la actuación de los consumidores.

    Tal vez sea ahora el momento de parafrasear a John F. Kennedy, y plantearnos no solo qué puede hacer nuestro país por el planeta, sino qué podemos hacer nosotros por el planeta y si estamos dispuestos a hacerlo.

    Fuente:

  • El último informe del IPCC nos exhorta a pasar ya de las palabras a la acción

     Shutterstock / Karl Nesh

    Esta semana se ha publicado la tercera parte del Sexto Informe de Evaluación del IPCC, que corresponde al Grupo de Trabajo III sobre mitigación. A partir de la evaluación de las bases físicas del cambio climático (Grupo de Trabajo I) y de su traducción a impactos físicos y a nuestra vulnerabilidad (Grupo de Trabajo II), estos expertos proponen las acciones más recomendables para reducir estos impactos.

    Un informe de síntesis que llegará en septiembre unirá todos estos contenidos. Pero no hace falta esperar hasta entonces para saber lo que debemos hacer. Nos lo dice ya el documento que acaba de salir.

    No viene mal recordar que, por la propia naturaleza de los informes del IPCC, no hay nada nuevo en ellos: son esencialmente revisiones de la literatura científica, con una priorización o énfasis en los aspectos más consensuados. Para los que siguen las investigaciones u otras fuentes expertas (o como mi blog, por ejemplo) no hay nada revolucionario. Los que no la siguen pueden encontrar una visión muy completa y objetiva de lo que sabemos y lo que no sabemos acerca de este tema.

    Lo malo es que el texto, incluso el resumen para políticos, es complejo y denso, no demasiado sencillo de leer. Tratando de facilitar la tarea, este artículo constituye un resumen en el que subrayo las cuestiones más relevantes, o menos conocidas.

    Para los que quieran ir más allá, recomiendo leer no el resumen para políticos, sino el resumen técnico del nuevo informe. Este segundo es más largo, pero menos mediatizado por los intereses políticos, y más completo.

    Al comienzo del resumen técnico hay una tabla interesantísima que muestra la situación en términos optimistas y pesimistas; resume muy bien y da una visión muy realista de este tema. También cubre aspectos curiosamente no mencionados en el resumen para políticos, pero fundamentales, como el comercio internacional o la fuga de emisiones.

    La reducción de emisiones debe empezar ya

    El primer gran mensaje del informe es que, aunque la tasa de crecimiento de las emisiones se ha reducido algo en la última década, siguen aumentando. Ya son un 54 % mayores que en 1990. Y ya hemos consumido casi todo el presupuesto de carbono que nos queda para llegar a un calentamiento de 1,5 ℃ con una probabilidad mayor del 50 %.

    Por lo tanto, y este es el segundo mensaje relevante, si queremos no superar este grado y medio tenemos que ponernos a reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero ya (de forma “profunda, rápida y sostenida”), de forma que 2025 marque el máximo de emisiones, y en 2030 las reduzcamos entre un 13 y un 45 %. En 2050 tendríamos que reducirlas entre un 52 y un 76 % para llegar a la neutralidad climática en esa década.

    Si dilatamos las reducciones consumiremos más rápidamente el presupuesto, y por lo tanto tendremos que llegar a la neutralidad antes. Y eso sin entrar en el lock-in, es decir, el problema de construir edificios o industrias ahora, basados en tecnologías intensivas en carbono, que nos aten a unas emisiones elevadas durante mucho tiempo.

    En este punto, el IPCC constata que hay una brecha entre lo que tenemos que hacer, esta reducción de emisiones, y lo que se promete por parte de los países en sus contribuciones nacionales al Acuerdo de París. Si solo cumplimos con estas promesas, el calentamiento esperado en 2100 será de 2,8 ℃.

    Y el informe nos recuerda que hay otra brecha de implementación entre las promesas y la realidad política. Así que la tarea política es enorme, incluso mayor que la tecnológica. Porque ya contamos con muchas tecnologías viables para la transformación, algunas de ellas ya competitivas (como la fotovoltaica o la eólica). Pero tenemos que hacer mucho más.

    ¿Cuáles son las actuaciones prioritarias?

    En primer lugar, el ahorro y la eficiencia, que según el IPCC puede suponer entre un 40 y un 70 % de la reducción a 2050. Esto incluye cambios en ámbitos como los siguientes:

    • En las infraestructuras. Por ejemplo, para hacer edificios que no consuman energía o para reducir las necesidades de movilidad.
    • En las tecnologías de uso final. Empleando vehículos eléctricos o más eficientes, etc.
    • De comportamiento y socioculturales. Aquí se incluyen cambios de dieta, que no son milagrosos, pero algo ayudan, y ajustes en la climatización en edificios.
    • Economía circular. Aumento de la eficiencia en el uso de materiales.

    En segundo lugar, hay que abandonar los combustibles fósiles: el carbón debería reducirse un 95 %, el petróleo en un 60 % y el gas en un 45 %. Respecto al último, sobre todo, la reducción de las fugas de metano es una medida muy, muy eficiente.

    No obstante, en un mensaje muy importante, el IPCC nos dice que todo esto no es suficiente. Que tendremos que utilizar técnicas para eliminar el carbono de la atmósfera y también para capturar carbono de los combustibles fósiles que queden, de la producción de cemento y de la industria química.

    Más aún, en una afirmación seguramente controvertida, el informe advierte que la captura de carbono no podrá estar basada predominantemente en los sumideros naturales (reforestación, etc.) porque es menos fiable que el almacenamiento geológico. Así que es fundamental impulsar las tecnologías de biomasa con captura, prestando mucha atención a sus potenciales impactos negativos, y las de captura directa de CO₂ del aire.

    Los biocombustibles podrán ayudar a corto y medio plazo, en los sectores más complicados, pero también hay que cuidar mucho sus riesgos.

    Ciudades e industria, las dos protagonistas

    Todo lo anterior va a tener lugar en dos terrenos de juego, fundamentalmente: las ciudades y la industria.

    El proceso de urbanización va a seguir avanzando. Por tanto, es fundamental diseñar bien las estructuras urbanas desde el principio en estas ciudades en expansión, así como rediseñar las existentes de forma que minimicemos el consumo de energía.

    En cuanto a la industria, es preciso rescatar la política industrial y la colaboración internacional, porque la descarbonización industrial va a cambiar las cadenas de valor, desplazándolas hacia regiones con abundantes recursos energéticos bajos en CO₂.

    Para lograr toda esta transformación hacen falta cambios sistémicos. Hay que cambiar nuestro paradigma de desarrollo hacia uno basado en la sostenibilidad y hay que implantar paquetes de políticas lo más amplios posible con medidas que estimulen la innovación, que cambien comportamientos, que regulen la inversión financiera y que establezcan una gobernanza adecuada del proceso.

    Por ejemplo, si queremos reducir las emisiones de los edificios hace falta combinar objetivos de eficiencia, códigos de edificación, instrumentos de información, precios al carbono, asistencia financiera… Si solo planteamos actuaciones parciales, nunca llegaremos a los objetivos.

    ¿Cuánto va a costar todo esto?

    Una de las barreras fundamentales para plantear estas políticas ambiciosas es su coste. El IPCC nos dice que llegar a los objetivos necesarios en 2050 va a suponer una reducción de un 2 % del PIB –que por otra parte aumentará un 100 %–. Esto parece muy asumible, más aún teniendo en cuenta todos los beneficios (no incluidos en la cuenta anterior) de evitar el cambio climático y de reducir la contaminación.

    Sin embargo, el informe nos recuerda que habrá perdedores, entre otras cosas porque el impacto será desigual por regiones y sectores. Por tanto, el elemento de justicia es absolutamente central, no solo por sí mismo, sino también para facilitar la transición.

    Otra potencial barrera es la financiación. Hará falta aumentar la inversión de 3 a 6 veces con respecto a los niveles actuales, sobre todo en el sector primario y en los países en desarrollo. Lo bueno es que hay suficiente capital y liquidez a nivel global. Pero sigue habiendo muchos problemas para desplegar este dinero y la cooperación internacional es esencial para ello.

    El último mensaje importante del informe es que todo esto no puede ser incompatible con seguir trabajando por dar acceso a la energía moderna a los más de 2 000 millones de personas que no la tienen, porque su traducción a emisiones es casi despreciable.

    El problema no son los pobres, sino los ricos: el 10 % de los hogares es responsable del 40 % de las emisiones, el 40 % es responsable de otro 45 % y el 50 % de los hogares restantes de un 15 %. Es importante, pues, trasladar el mensaje de responsabilidad común, pero diferenciada no solo entre países, sino también dentro de los países.

    Fuente: Pedro LinaresProfesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI, Universidad Pontificia Comillas