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Ecología

  • ¿Por qué hablamos de cuidar la salud del suelo?

    Shutterstock / TanaCh

    El suelo, la capa más superficial de la Tierra, es esencial para la vida en este planeta. Su importancia se debe a las numerosas funciones en las que participa y su relevancia para nuestra sociedad.

    Si nos paramos a observar el suelo con curiosidad, nos encontramos con numerosas partículas con distinto tamaño, desde nanométrico (coloides arcillosos) hasta milimétrico (arena).

    La mayoría de estas partículas son compuestos minerales. Entre ellos abundan el cuarzo y los feldespatos, muchas y variadas arcillas o filosilicatos, diversos óxidos de hierro responsables de colorear de amarillo, rojo o pardo los suelos y cantidades variables de caliza o carbonatos. Solamente alrededor de un 1-2 % de ellas son orgánicas en el caso de los suelos agrícolas. En los suelos forestales existe un porcentaje mayor, pero muy variable.

    Un ecosistema vivo

    Pero el suelo es algo más que un montón de partículas. En su superficie se crean una serie de cargas eléctricas capaces de atraer (o repeler) a otras partículas. Esto hace que se organicen en microestructuras de diseño, que contienen un gran espacio poroso y, que, en algunos suelos, pueden llegar incluso a ocupar hasta un 50 % de su volumen total. Ahí es donde se almacenan los distintos gases, como el oxígeno y el dióxido

    Además, en el suelo se encuentra una altísima variabilidad y número de organismos (¡en una cucharada de suelo puede haber más individuos que habitantes en nuestro planeta!), algunos visibles como insectos y lombrices y otros microscópicos como bacterias, hongos y virus. Todos ellos garantizan la adecuada funcionalidad del suelo.

    Entre sus funciones destacan el suministro de alimento, fibra, combustible, productos farmacéuticos y recursos genéticos y la retención de carbono. El suelo sirve de hábitat para organismos, participa en la regulación climática, la purificación de agua y reducción de contaminantes, y en la disponibilidad y ciclo de nutrientes, entre otras. Está vivo y en continuo cambio y evolución.

    Almacén de carbono y filtro para el agua

    El espacio poroso y el entramado de partículas sólidas del suelo facilitan a las plantas un sostén para mantenerse erguidas, protección del sistema radicular ante cambios bruscos de temperatura y humedad, además de abastecerlas con nutrientes, agua y oxígeno. Como resultado, aproximadamente un 95 % de nuestra alimentación proviene directa o indirectamente del suelo. Es crucial para garantizar la seguridad alimentaria.

    La actividad fotosintética de las plantas genera genera un secuestro de carbono atmosférico que se incorpora y almacena en el suelo en forma de compuestos orgánicos. De hecho, se estima que su contenido total de carbono es el doble del presente en la atmósfera y del orden de tres veces más del que hay en todos los seres vivos del planeta. Por eso, el suelo resulta un gran activo en la regulación del cambio climático.

    Además, debido a esa porosidad y superficies minerales tan reactivas, otra de sus funciones significativas es la capacidad para filtrar el agua y regular su ciclo. Esto puede evitar graves procesos de contaminación, escorrentía superficial y erosión, así como la regulación de sequías o inundaciones.

    Para que nosotros podamos contemplar un suelo bien desarrollado, ha tenido que pasar un tiempo considerable, que puede ir desde unos miles a millones de años, dependiendo de la roca madre y el clima sobre el que se origine el suelo.

    Pasos hacia la protección del suelo

    Debido a su fragilidad, el suelo está considerado como un recurso natural no renovable a escala humana. Por eso, hay que cuidarlo y protegerlo para que pueda mantener su capacidad de proveer servicios ecosistémicos y seguir realizando sus funciones. De lo contrario, en muy pocos años se puede perder su funcionalidad.

    Actualmente se estima que entre un 60 % y 70 % de los suelos de la Unión Europea sufren algún tipo de problema (suelos no sanos) como un bajo contenido en materia orgánica, excesivo contenido en nutrientes y contaminantes, salinización o riesgo de desertificación.

    Con el fin de garantizar la funcionalidad de los suelos, las políticas y acciones tanto europeas como nacionales inciden en potenciar la llamada salud del suelo.

    El término salud del suelo implica la consideración del suelo como un ente vivo complejo con capacidad funcional. Un adecuado manejo del suelo y las decisiones sobre su uso deben considerar todas sus funciones en lugar de centrarse en un único aspecto o función, como ha sido habitual hasta ahora.

    Por estas razones, los suelos y su salud ocupan recientemente un puesto destacado en el Pacto Verde Europeo y en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Nacionales Unidas, que pretenden conseguir un medio ambiente más saludable, una minimización e inversión del cambio climático y sus efectos, una reducción de la contaminación ambiental y conservación de la biodiversidad, basándose en un uso sostenible del suelo, entre otros aspectos.

    Además, la Unión Europea está invirtiendo varios millones de euros para promover el cuidado y protección del suelo. Una de sus actuaciones clave es la misión Cuidar de los suelos es cuidar de la vida que pretende que el 75 % de los suelos sean sanos en 2030, con capacidad para cumplir con las funciones esenciales que permiten el desarrollo de la vida en nuestro planeta (naturaleza) y de nuestra sociedad, desde el punto de vista de la sostenibilidad.

  • De crecer bajo tierra a autopodarse: los secretos de las plantas para sobrevivir a las llamas

     4 - 5 minutos

    Julia Senkevich / Shutterstock

    Cada año, el fuego arrasa amplias zonas en cada vez más países. Destruye los bosques, afecta gravemente a las vidas de los afectados e incluso acaba definitivamente con algunas de ellas. Parece ser que esta situación no va a ir a mejor en los próximos años y el aumento de las temperaturas y de los periodos de sequía, como consecuencia del cambio climático, no va a mejorar la situación.

    Pero si el fuego arrasa con todo, ¿cómo consiguen las plantas sobrevivir y comenzar de nuevo con la formación de los bosques perdidos? Un estudio publicado en la revista Oikos por un investigador español del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Valencia) nos muestra varias de las estrategias que siguen las plantas para renacer tras un incendio.

    Plantas a prueba de fuego

    La primera estrategia (y la mas efectiva) es evitar tener que enfrentarse nunca al fuego. ¿Cómo lo consiguen? Muy fácil: crecen en sitios donde el fuego jamás será capaz de llegar. Por ejemplo, en las paredes de un barranco, en zonas encharcadas de forma continua o incluso bajo el agua.

    Los manglares tienen sus raíces siempre bajo el agua. Lamiot / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Si tienen que vivir en un hábitat propenso a incendios, las plantas pueden seguir otras estrategias. Algunos arbustos y árboles crean cortezas muy gruesas que intentan proteger lo máximo posible el interior de la planta. En todos los casos, los órganos más indefensos ante el fuego siempre son las hojas.

    Únase y apueste por información basada en la evidencia.

    Ante esta debilidad, muchos árboles (como algunos pinos) se autopodan, haciendo que sus ramas inferiores se caigan. De esta forma, solo llamas de gran altura podrán afectar a sus hojas. Otras plantas pueden mantener brotes bajo tierra (e incluso protegidos con otros tejidos vegetales) para renacer si el fuego acaba con las plantas adultas.

    Pinus sylvestris, una especie de pino propensa a autopodarse. Clément Godbarge / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Semillas que nacen al calor de las llamas

    Pero el fuego no es algo negativo para todas las plantas, hay especies que realmente lo necesitan para poder surgir y desarrollarse. Este es el caso, por ejemplo, de las jaras. No es casualidad que las jaras sean de las primeras plantas en colonizar el terreno tras un incendio.

    Las semillas de jara caen al suelo y se mantienen enterradas durante varios años, en un estado de inactividad denominado dormancia. Cuando un incendio arrasa el bosque, el fuego provoca que estas semillas alcancen elevadas temperaturas, lo que provoca que se despierten. De esta manera, germinarán rápidamente y podrán establecerse en un nuevo hábitat rico en nutrientes (toda la ceniza del incendio) y en ausencia de plantas competidoras.

    Flores de jara (Cistus ladanifer). SABENCIA Guillermo César Ruiz / Wkimedia Commons, CC BY-SA

    A pesar de las estrategias señaladas, muchas especies vegetales resisten muy poco el fuego y son eliminadas totalmente de los bosques tras el incendio. Si son especies vegetales con facilidad para dispersar sus semillas, puede que vuelvan a aparecer en poco tiempo en ese mismo lugar, procedentes de otros bosques cercanos. Sin embargo, si resisten poco el fuego y no dispersan sus semillas fácilmente, un incendio puede acabar por completo con estas plantas. Esto provoca la desaparición de especies vegetales en la zona durante varios años o incluso para siempre.

    Aprender a sobrevivir a los incendios

    Todas las estrategias para sobrevivir al fuego son resultado de procesos evolutivos que buscan, por encima de todo, la supervivencia de la especie. Para conseguirlo, las plantas tienen que aprender a hacerlo. Precisamente, un artículo publicado en Proceedings of the Royal Society B por investigadores de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) explica cómo las plantas pueden aprender a hacer frente al fuego.

    El estudio fue realizado con cuatro especies diferentes de gramíneas. Se utilizaron dos tipos de parcelas: una parcela que no se había quemado en 35 años y otra parcela que se quemó anualmente durante dos años. En ambas parcelas crecían de forma natural las cuatro especies de gramíneas analizadas. Lo que hicieron estos investigadores fue coger esas gramíneas y trasplantarlas a macetas en un invernadero, para estudiar su evolución bajo condiciones controladas.

    Una de las gramíneas utilizadas en el estudio (Melica racemosa). Nova Agnieszka Kwiecień / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Al cabo de un año, determinaron que las plantas sometidas a incendios anuales producían más semillas y más biomasa subterránea. Por lo tanto, estas plantas centran sus esfuerzos en dispersar su progenie lo máximo posible y en crecer donde menos afecta el fuego (bajo tierra).

    Entonces, todas las plantas se quemaron y se dejaron que volvieran a brotar por sí solas. De esta forma, los investigadores descubrieron que las plantas que eran sometidas a incendios continuos crecían mucho más rápido tras ser quemadas (a partir de los brotes enterrados).

    Las plantas habían aprendido que crecer bajo tierra era fundamental para poder sobrevivir en un lugar sometido a tantos incendios. Habilidad que sus compañeras, inexpertas ante el fuego, no habían adquirido.

    A pesar de que hay plantas que han aprendido a sobrevivir a los incendios, muchas otras no lo han hecho. El fuego representa un enemigo insaciable para el ser humano y todos los seres vivos del bosque. Por eso, debemos hacer todo lo posible para evitar su propagación en los bosques.

    Fuente: Jorge Poveda Arias,Profesor Ayudante Doctor. Biotecnología y Agricultura, Universidad Pública de Navarra

  • Especies invasoras: sus efectos positivos no son un argumento para su indulto

     Una cotorra argentina (‘Myiopsitta monachus’) en un parque de Madrid. Dailos Hernández-BritoAuthor provided

    Al pensar en especies invasoras generalmente nos vienen a la mente aquellas que causan problemas a los ecosistemas que invaden y a las especies nativas con las que forzosamente coexisten.

    No es casualidad. Los graves impactos de las especies invasoras se han abordado en un gran número de estudios científicos. Consecuentemente, se han ganado por méritos propios el luctuoso honor de ser una de las principales amenazas para la conservación de la biodiversidad global.

    De sobra son conocidos sus impactos en las especies nativas, como la depredación, la competencia, la hibridación y la transmisión de enfermedades.

    Fuera de esta evidente faceta negativa, todavía se desconocen en gran medida los efectos positivos que irónicamente benefician a la comunidad nativa. Toda especie muestra una amplia gama de interacciones tanto con el ambiente que ocupa como con las comunidades que integra. Y las especies invasoras no son una excepción.

    ¿Perjudiciales o benefactoras?

    La lista de interacciones positivas identificadas no es baladí. Incluye la facilitación de recursos como alimento y refugio, además del favorecimiento de la polinización y la dispersión de semillas. Todas ellas benefician a ciertas especies nativas y pueden acarrearles efectos positivos a escala poblacional.

    De esta manera, algunas especies invasoras muestran una dualidad en cuanto a sus consecuencias sobre las nativas. Pueden ser simultáneamente negativas y positivas, arrojando así una paradoja.

    Esta ambigüedad de efectos alcanza una mayor dimensión ecológica cuando una invasora toma el rol de ingeniero de ecosistemas, es decir, la especie es capaz de ejercer cambios tan profundos en el ambiente que alteran la biodiversidad y heterogeneidad del hábitat.

    Un ejemplo es el archiconocido mejillón cebra, cuyas grandes colonias son capaces de filtrar y clarificar velozmente el agua del hábitat que invaden. Esto es ideal para la proliferación de algunas algas y plantas acuáticas, pero a costa de la desaparición del zooplancton y otras especies pelágicas tras los cambios ambientales y tróficos desencadenados por estos pequeños invertebrados.

    Así pues, las invasiones biológicas son procesos dinámicos. El balance entre sus efectos positivos y negativos en la biodiversidad cambiará en función del proceso de invasión.

    La mera introducción de especies invasoras inicialmente incrementa la biodiversidad a escala local. Sin embargo, esta percepción es engañosa al homogenizarse la biodiversidad tras perder aquellas especies nativas más vulnerables a los impactos, aunque otras se vuelvan abundantes. Este escenario de ganadores y perdedores no es chocolate del loro, nunca mejor dicho para introducir el siguiente ejemplo.

    La cotorra argentina y su red de inquilinos

    La cotorra argentina es un loro proveniente de Sudamérica. Debido a su popularidad como mascota, se ha traficado con millones de individuos e inevitablemente se ha introducido en 27 países.

    Esta ave tiene la particularidad de ser el único loro capaz de construir sus propios nidos, una estructura de ramas con cámaras internas. Estas estructuras coloniales se han convertido en una estampa habitual en su zona invadida. Pueden llegar a ser una amenaza tanto para los árboles que las soportan como para los viandantes, ya que pueden alcanzar pesos descomunales, además de causar daños en los tendidos eléctricos.

    Cedro prácticamente cubierto por una colonia de cotorras argentinas en Leganés, Madrid. Se puede apreciar varios gorriones comunes (Passer domesticus) que nidifican también en la colonia. Dailos Hernández-Brito, Author provided

    En un estudio reciente de diferentes poblaciones de esta especie tanto en su zona nativa como invadida, hemos revelado que sus nidos pueden llegar a ser utilizados por más de 40 especies inquilinas, principalmente aves que nidifican en cavidades pero que no son capaces de excavarlas. De este modo, la cotorra argentina es capaz de modificar el ambiente para facilitar un recurso alternativo de nidificación, ejerciendo así el rol de ingeniera de ecosistemas.

    Este aumento de la disponibilidad de nidos no fue el único beneficio para los inquilinos. También cooperaban junto con las cotorras hospedadoras en la defensa de las colonias frente a depredadores, aumentando así su eficacia antidepredatoria.

    Sorprendentemente, se detectó que estas colonias en zonas invadidas albergaban un mayor número de especies y de inquilinos que en zonas nativas. De esta manera, la especie invasora beneficia claramente a algunas especies nativas.

    Este efecto positivo es más patente en inquilinos ya de por sí escasos, como por ejemplo las palomas zuritas y grajillas en Madrid. Ambas especies presentan un preocupante declive poblacional en zonas colindantes, aunque esta tendencia podría estar revertiendo por el uso de nidos de cotorras.

    Una grajilla (Coloeus monedula) criando en un nido de cotorra argentina localizado bajo una antena de radio en Velilla de San Antonio, Madrid. Dailos Hernández-Brito, Author provided

    Sinergias entre especies invasoras

    Desgraciadamente, otras especies menos deseables son también beneficiadas, inquilinos invasores que acelerarían sus procesos de invasión. Por ejemplo, otra especie invasora de cotorra, la cotorra de Kramer, continúa expandiéndose en la isla de Tenerife gracias al uso de los nidos de cotorra argentina.

    Es de esperar que las poblaciones de otras invasoras aumenten en función de su éxito reproductivo facilitado por estos nidos, lo que conlleva que también crezca la magnitud de sus impactos.

    Todo se torna más oscuro cuando la cotorra argentina y sus inquilinos invasores se benefician mutuamente. Así, se desencadenan complejos de invasión que aumentan la vulnerabilidad de las comunidades invadidas.

    Un fenómeno complejo pero gestionable

    La complejidad de las interacciones biológicas en torno a las especies invasoras dificulta su detección y comprensión. Por eso no es de extrañar que se prioricen los esfuerzos de gestión en aquellas causantes de impactos muy graves.

    No obstante, el desconocimiento del alcance real de los efectos positivos de las invasoras pueden echar por tierra los logros de su gestión. Un triste ejemplo fue la erradicación de conejos que invadían una isla australiana, que provocó temporalmente el desastroso declive de un depredador nativo, el págalo subantártico. Se eliminó su fuente principal de alimento y no se llevaron a cabo paralelamente medidas compensatorias, como la recuperación de presas nativas.

    Algo similar puede ocurrir con especies raras que son inquilinas de la cotorra argentina, ya que se verían afectadas enormemente por las acciones de manejo. Con el fin de minimizar percances, la retirada de nidos de cotorra argentina tendría que ejecutarse fuera de la época de cría de estas especies más vulnerables, y conjuntamente mitigar la pérdida de sus nidos mediante la instalación de cajas nidos.

    Un pollo de paloma zurita (Columba oenas) en un nido de cotorra argentina en el parque del Oeste, Madrid. Dailos Hernández-Brito, Author provided

    ¿Y qué ocurre con las especies invasoras aunque beneficien a ciertas especies? Si bien la prevención y la concienciación son los pilares fundamentales para evitar futuras invasiones biológicas, poco sirven una vez establecidas estas especies. Su gestión se traduce irremediablemente en medidas eficaces de control y erradicación que deben obedecer a criterios científico-técnicos.

    Sin duda los retos de las invasiones biológicas en este mundo hiperconectado pueden ser abrumadores. Pero refugiarse en ideas simplistas o erróneas para su gestión sin tener en cuenta el criterio de la comunidad científica atenta contra la conservación de la biodiversidad que concierne a todos.

    Fuente: Investigador postdoctoral en el Departamento de Biología de la Conservación, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)

  • La biodiversidad de hace 450 años: lo que había y lo que hemos perdido

    5 - 7 minutos

     Paisaje con fauna, detalle de El Jardín de las Delicias (Jerónimo Bosch, el Bosco, 1474–1516). Wikimedia Commons / Museo del Prado

    En tiempos de Felipe II los paisajes eran muy diferentes de los actuales. Más de ochenta años después de la llegada de españoles a América no se cultivaba ninguna planta americana. Se desconocían aún las judías y se cultivaban lentejas, guisantes, habas y legumbres mediterráneas de los géneros Lathyrus (almorta) y Vicia (yeros), hoy de uso muy residual (prácticamente limitado a la almorta de las gachas manchegas).

    Por aquel entonces, se cultivaban lino y cáñamo para los tejidos, zumaque para curtir pieles y se producía seda en muchos lugares. Las plagas de langosta eran eventos frecuentes, que daban lugar a terribles hambrunas.

    La fauna de la época también nos parecería sorprendente en muchos aspectos.

    Osos pardos representados en una miniatura de principios del siglo XV del Livre de la Chasse de Gaston Phébus. Wikimedia Commons / BNF

    ¿Cómo sabemos todo esto? La ecología histórica

    La información sobre la fauna y la flora anterior a los años 1 950 es muy escasa, y prácticamente inexistente si nos remontamos a periodos previos a la Revolución Industrial. Pero hay soluciones para conocerla. Numerosos y diversos documentos históricos, desde descripciones geográficas hasta trámites administrativos, incluyen observaciones directas de fauna y flora.

    Un equipo de biólogos de la conservación de la Estación Biológica de Doñana – CSIC desarrollamos una novedosa línea de trabajo en ecología histórica. Acabamos de hacer pública y libremente accesible una base de datos de observaciones de especies en la España del siglo XVI, basada en una iniciativa de la corte de Felipe II, las Relaciones Topográficas. La descripción de esta base de datos ha sido publicada en la revista Ecology.

    “Interrogatorios” a personas inteligentes y curiosas

    Las Relaciones Topográficas se concibieron para hacer una “descripción particular de los pueblos de estos reinos”. La información se recogió de forma sistemática, usando interrogatorios (hoy los llamaríamos cuestionarios) con preguntas sobre población, arquitectura, costumbres, religión, clima, salud y otras cuestiones. Todas las versiones de los interrogatorios (hubo al menos tres) contenían preguntas específicas sobre agricultura y recursos naturales, como la que pedía describir “qué monte y arboleda, y qué animales, cazas y salvaginas” había en la zona. Las instrucciones adjuntas a los interrogatorios especificaban que éstos debían ser respondidos por al menos dos habitantes de cada pueblo, que habían de ser “personas inteligentes y curiosas”.

    Para nuestro trabajo pudimos revisar las relaciones de 628 pueblos, lo que nos permitió reunir más de 7 300 registros (menciones a la presencia de una especie en un lugar) de plantas y animales silvestres, cultivos y ganado, que hacen referencia al menos a 225 especies diferentes.

    Localización de los 628 pueblos descritos por las Relaciones Topográficas y revisados por el equipo de la Estación Biológica de Doñana – CSIC. Author provided

    Osos, linces ibéricos y los últimos encebros

    Los animales más frecuentemente mencionados en las Relaciones eran los más relevantes como alimento en los pueblos, principalmente conejos, perdices y liebres. Los ungulados silvestres (ciervo, corzo, jabalí), cuya caza era en gran medida exclusiva de las clases privilegiadas, tenían distribuciones más restringidas que las actuales. Los pueblos cercanos a los principales cazaderos (por ejemplo, alrededor de El Pardo o Aranjuez) se quejaban de los daños que “las caças de Su Magestad” hacían en los panes (cereales). Estaba muy extendido el lobo y en todas las serranías había osos pardos, coexistiendo ambos con el lince ibérico.

    Por la meseta sur galopaban aún los últimos grupos de encebros (o enzebras), el asno salvaje que dio nombre a las cebras africanas, y que fue la más durardera de las muchas especies de la megafauna europea extinguidas desde la última glaciación. Las relaciones de dos pueblos de Albacete incluyen los últimos testimonios directos de la presencia del encebro. La de Chinchilla de Montearagón dice que las encebras eran como “yeguas çenjzosas de color de pelo de rata un poco mohinas”, que “abja muchas y tantas que destruyan los panes y sembrados” y que “corrian tanto que no avia cavallo que las alcançase”.

    Interpretación de Breuil y Cartailhac de uno los équidos pintados hace unos 15 000 años en la Cueva de Altamira (Cantabria), que podría representar a un encebro. Wikimedia Commons

    Camarones de río y anguilas por doquier

    Cuando estaban disponibles, se aprovechaban todos los recursos que los ríos ofrecían, desde grandes barbos y sabrosas truchas hasta las insignificantes colmillejas, “del tamaño de gruesas lombrices y del largo de un dedo”. Las Relaciones mencionan varias veces el consumo de camarones de río (Atyaephyra demaresti), descritos como animales “menuditos de manera de grillos” y considerados “buen pescado”. Por todos los ríos ascendían las anguilas, omnipresentes hasta altitudes superiores a los 1 000 metros sobre el nivel del mar y hoy por completo ausentes del área cubierta por las Relaciones Topográficas.

     

    Anguila europea, según la ilustración incluida en el libro de Ippolito Salviani Aquatilium animalium historiae, impreso en Roma en 1554. Author provided

    Pululaban ya por los campos algunas especies introducidas, como gamos o francolines negros, desaparecidos hoy estos últimos, y los palacios de la nobleza empezaban a albergar tencas y carpas en sus estanques. Aún no habían llegado desde Italia los cangrejos de río.

    Mirar el pasado para pensar el futuro

    Estamos inmersos en un vertiginoso proceso de pérdida de biodiversidad a nivel global, con una mengua constante del área de distribución y la abundancia de muchas especies. Para poder valorar los cambios que se producen en la biodiversidad de una zona es importante saber de dónde venimos.

    Con este trabajo, disponemos de una foto fija de buena calidad del estado en el que se encontraba la naturaleza en un periodo histórico concreto (finales del siglo XVI), comparable con otros momentos históricos y con la actualidad. Podremos saber qué ha cambiado y qué se ha perdido, y tendremos una base objetiva de conocimiento para discutir qué queremos recuperar.

    Fuente: Miguel Clavero Pineda, Científico titular CSIC, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), Duarte S. Viana, Duarte Viana es investigador postdoctoral en la EBD-CSIC y sus investigaciones se centran en las áreas de ecología, biogeografía y biodiversidad., Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC), Francisco Blanco Garrido, Técnico Superior, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC) y Miguel Delibes Castro, Profesor ad honorem del CSIC en Ecología, Estación Biológica de Doñana (EBD-CSIC)