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Bosques

  • ¿Quemar bosques para generar electricidad?

    Americanheritagebiomass / Wikimedia CommonsCC BY-SA

     

    Estamos en medio de una emergencia climática. Los científicos llevan más de 40 años advirtiéndonos de que sus datos sobre el clima global revelan tendencias alarmantes y que debemos actuar con urgencia. Y sin embargo, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando.

    Necesitamos cambiar nuestra forma de obtener energía, y reemplazar el uso de combustibles fósiles por renovables que no emitan carbono a la atmósfera. El Pacto Verde Europeo se propone que el continente sea climáticamente neutro. Para ello la Unión Europea promueve la obtención de energía de fuentes renovables como eólica, solar, hidráulica, mareomotriz, geotérmica y a partir de biocarburantes, incluida la biomasa forestal.

    El uso de la biomasa para reemplazar al carbón ha sido acogido con entusiasmo en varios sectores industriales. Los fondos europeos de recuperación y resiliencia están aportando grandes cantidades que los gobiernos locales destinan a adaptar centrales térmicas para quemar biomasa donde antes se quemaban combustibles fósiles.

    Críticas desde la ciencia

    Menos entusiasmo se percibe desde sectores científicos. En febrero de 2021, más de 500 científicos y economistas dirigían una carta a los principales mandatarios mundiales urgiéndoles a preservar los bosques y desechar el uso de biomasa como fuente de energía. El argumento es simple: dejemos que los árboles sigan capturando y almacenando carbono, lo que nos ayudará con las dos crisis a las que nos enfrentamos, la climática y la de biodiversidad.

    A este argumento se suma el hecho de que la cantidad de CO₂ que se emite para generar un kilovatio de energía es mayor si se usa biomasa que si se quema carbón. La combustión de biomasa en forma de pellets también emite gran cantidad de gases y partículas nocivos para la salud.

    Visiones contrapuestas

    La respuesta de la industria es igualmente simple: el carbono que se emite al quemar pellets de biomasa volverá a ser capturado por los árboles, así que el balance neto sería neutro. Pero liberar en unos segundos lo que un árbol ha acumulado durante toda su vida genera una deuda de carbono. Compensarla requiere décadas, dependiendo del tipo de árbol y de bosque, y en el contexto actual de emergencia climática, no disponemos de ese tiempo.

     

    La central térmica de Drax, en el NE de Inglaterra, ha pasado de solo quemar carbón a usar biomasa como combustible principal. Dave Pickersgill / GeographCC BY-SA

     

    Además, cortar, transportar y preparar la madera para su combustión conlleva unas emisiones que en ningún caso se recuperan.

    Evidentemente, siempre, en algún sitio, habrá un árbol capturando y almacenando carbono. La disyuntiva está en permitir que haya el mayor número posible de árboles almacenando carbono y formando parte de un ecosistema maduro, o cortar, triturar y quemar una parte de ellos liberando otra vez ese carbono a la atmósfera. Pero el balance solo será neutro si se emite al mismo ritmo que se fija.

    El impacto sería menor si los pellets se produjeran a partir de restos de la actividad maderera, como ramas y pequeños trozos sin valor de mercado. Pero eso no basta para alimentar las centrales ya en marcha. Las plantas productoras de pellets utilizan mayoritariamente árboles completos.

     

    Vista aerea de la planta de producción de pellets de biomasa de Amite BioEnergy, Drax Biomass, en Mississippi. Drax

     

    ¿Y si pudiésemos capturar y almacenar el CO₂ en las plantas en las que se quema la biomasa? De hecho, la tecnología existe (BECCS) aunque está sin desarrollar a la escala necesaria. Por otra parte, aunque se pudiera capturar todo el carbono en los puntos de emisión, producir electricidad usando biomasa forestal seguiría resultando en pérdida de biodiversidad si esto exige cortar bosques o crear nuevas plantaciones.

    Bosques y plantaciones

    En este contexto es importante diferenciar entre un bosque y un cultivo forestal. Los bosques son ecosistemas formados por árboles de diferentes especies y tamaños e incluyen estratos arbustivos que son fundamentales para su biodiversidad. Deforestar, alterar bosques maduros, implica una pérdida de biodiversidad.

    Las plantaciones forestales están manejadas para maximizar la producción de madera. Todos los árboles de una parcela se plantan a la vez de manera que el crecimiento sea uniforme, y se eliminan competidores y herbívoros.

     

    Un bosque (arriba) tiene árboles de diferentes especies, edades y tamaños, además de otras plantas, arbustivas y herbáceas . En una plantación forestal (abajo) los árboles son todos del mismo tamaño y suelen estar dispuestos de manera regular. Rolando Rodríguez Muñoz (foto superior) y RhinoMind / Wikimedia Commons (foto inferior)CC BY-SA

     

    Los cultivos energéticos emplean especies no autóctonas de crecimiento muy rápido para que los ciclos de tala sean cortos. Para producir pellets se puede usar también madera de menor calidad que la requerida para pasta de papel o carpintería. El resultado es que estos cultivos son todavía más diferentes de un bosque que las explotaciones forestales destinadas a otros usos. Aunque reemplazar bosques maduros por cultivos forestales puede parecer un cambio pequeño en el uso del territorio, las consecuencias para la biodiversidad son dramáticas.

    Comercio global

    En Europa, como ocurrió con la revolución industrial, Gran Bretaña también ha tomado la delantera en reemplazar carbón por biomasa. Pero la producción local de pellets no alcanza, así que la mayoría de lo que se quema procede de otras regiones, principalmente el SE de los EE. UU..

    Esto añade a la ecuación el carbono requerido para transportar el combustible a través del Atlántico. El resultado es un impacto ecológico, económico y social negativo en las dos orillas.

    El futuro ya está aquí

    La Unión Europea debe decidir si sigue invirtiendo millones en producir energía quemando biomasa forestal. Para basar esa decisión en conocimiento científico, ha encargado un informe al Joint Research Centre.

    El informe concluye que la biomasa no es neutra en carbono. Solo en condiciones especiales de manejo forestal y usando restos de la industria maderera sería aceptable usar biomasa para producir energía. Convertir bosques en plantaciones de cultivos energéticos sería “extremadamente negativo” para la biodiversidad local. La recomendación final es que los países controlen los incentivos financieros a este tipo de actividad industrial.

    A la vista de la evidencia científica acumulada, lo esperable es que en un futuro cercano la Unión Europea elimine la biomasa forestal de la lista de energías renovables. Mientras tanto, parece poco sensato seguir invirtiendo fondos públicos en quemar bosques para generar electricidad.

     

    Publicado el 22 de diciembre de 2021 en The Conversation. Enlace al originai: https://bit.ly/3f2FpYW

    Cláusula de Divulgación

    Alfredo Fernández-Ojanguren es miembro de la asociación Geotrupes, un grupo de investigadores que promueve el uso de conocimientos científicos en la conservación y el manejo del patrimonio natural.

    Rolando Rodríguez Muñoz es miembro de Geotrupes, una entidad sin ánimo de lucro. Su trabajo en la Universidad de Exeter está financiado por el Natural Environment Research Council de Reino Unido.

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  • Beneficios de no cortar los árboles después de un incendio

    Paisaje quemado tras un incendio en Navarra, 2022. JMGarcestock / Shutterstock

     

    Este verano Europa ha sufrido un número importante de grandes incendios. Los ingredientes principales que han convertido igniciones, tanto antrópicas como por rayos, en grandes incendios han sido la gran densidad y continuidad de la vegetación (producto del abandono rural y de las grandes plantaciones mal gestionadas) y las largas e intensas olas de calor (producto de nuestra inacción climática).

    Después de un incendio en un bosque, una pregunta recurrente es: ¿qué es mejor, cortar los árboles muertos o dejarlos en pie?

    Una perturbación después de otra perturbación

    Evidentemente, la gestión posterior al incendio dependerá del objetivo. No se gestionarán de la misma manera plantaciones o bosques productivos donde se quiere aprovechar económicamente la madera (aunque la madera quemada suele tener poco valor económico), que bosques donde se quiere maximizar la conservación de la biodiversidad y la regeneración del ecosistema (los árboles quemados sí tienen valor ecológico).

    Desde el punto de vista ecológico, cortar los árboles y extraer la madera quemada constituye una perturbación después de otra perturbación (es decir, una perturbación compuesta) y puede tener consecuencias negativas para la biodiversidad y la regeneración del ecosistema.

    Beneficios de no cortar los árboles

    Aquí se listan algunos de los posibles beneficios para el ecosistema y la biodiversidad de dejar en pie los árboles muertos en un bosque que ha sufrido un incendio reciente.

    Evidentemente, cada bosque quemado es diferente, y el papel relativo de cada uno de estos beneficios puede variar de un lugar a otro dependiendo de muchos factores (severidad del fuego, tipo de vegetación, edad, densidad, posición topográfica, historia previa, etc.). Pero, en cualquier caso, se deberían considerar estos beneficios potenciales antes de decidir cortar los árboles:

    1. Fuente de alimento

     

    Marcas dejadas por los picapinos en un tronco quemado. Juli G. Pausas, Author provided.

     

    Los árboles muertos son alimento y hábitat de una gran diversidad de hongos e insectos (xilófagos y saprófitos), que a su vez son alimento de otros animales como las aves. Por lo tanto, mantienen una red trófica que ayuda a la regeneración del ecosistema. Cabe recordar que los escolítidos, unos pequeños escarabajos que pueden generan plagas en coníferas, no se alimentan de árboles muertos.

    2. Fuente de materia orgánica

    Los árboles muertos son una fuente de materia orgánica y nutrientes necesaria para el reciclado de los ecosistemas (los ciclos biogeoquímicos). Su extracción supone una pérdida de fertilidad para el ecosistema.

    3. Lugar de anidamiento

    Los árboles muertos son imprescindibles para la reproducción en algunas especies que construyen sus nidos en cavidades de los troncos. Ejemplos emblemáticos de aprovechamiento de árboles muertos por incendios son las diferentes especies de picapinos.

    4. Refugio y dispersión de semillas

    Muchos animales forestales utilizan los bosques quemados, incluidos pequeños vertebrados que encuentran cierta protección frente a la depredación por rapaces.

    Algunos vertebrados ayudan directamente a la regeneración de la vegetación. Por ejemplo, muchas aves frugívoras defecan semillas mientras se posan en árboles quemados (efecto percha), contribuyendo así a la dispersión de semillas y la regeneración de la zona incendiada.

    Otro ejemplo lo constituyen los arrendajos, que utilizan bosques quemados (y no los matorrales o bosques cortados) para esconder bellotas. Por eso son clave para el incremento de las quercíneas (carrascas, robles y alcornoques). Al ser estas especies rebrotadoras, aumentan la resiliencia de los ecosistemas.

    5. Protección frente a la erosión

    Las copas de los árboles quemados disminuyen el impacto de las gotas de lluvia en el suelo y, por lo tanto, disminuyen el potencial de erosión posincendio.

    6. Retención de humedad

    Los bosques quemados pueden retener nieblas y, por lo tanto, mantener mayor humedad en el ecosistema, contribuyendo así a una mejor regeneración.

    7. Rebrote

    En el caso de las especies de árboles con capacidad de rebrotar, mantenerlos en pie permite la posibilidad de rebrotes de copa o tronco (rebrotes epicórmicos) en algunos individuos y algunas especies. Esto permite una regeneración del bosque mucho más rápida.

    8. Reducción de la intervención humana

    Mantener un bosque quemado evita la entrada de maquinaria pesada y el arrastre de troncos. Estas acciones pueden tener un efecto negativo en el suelo y en la regeneración incipiente, incluso pueden generar inicios de cárcavas. Mantener un bosque quemado también reduce el gasto económico.

    En general, dejar en pie los árboles en un bosque quemado permite mantener un ambiente semiforestal beneficioso para la regeneración y el funcionamiento del ecosistema forestal. Por el contrario, la corta de los árboles muertos beneficia a especies de matorrales y ecosistemas abiertos.

    Alternativas intermedias

    Una solución que a menudo se ha propuesto es la de cortar los árboles y extraer la madera, pero dejando un porcentaje de árboles en pie. Esta solución permite mantener algo de madera muerta que puede beneficiar a algunos insectos y al reciclado de cierta cantidad de materia orgánica y nutrientes (típicamente un porcentaje bajo). Pero como se suele dejar una densidad baja de árboles en pie, tendrán más riesgo de ser derribados por el primer vendaval o nevada.

    Otra solución es cortar pero no extraer la madera (o al menos dejar el ramaje), de manera que se mantienen intactos algunos beneficios (materia orgánica y nutrientes, y la reducción de la erosión).

    En ambas alternativas normalmente se pierde el ambiente semiforestal de un bosque quemado y, por lo tanto, también se pierden muchos otros de los beneficios arriba mencionados.

    ¿Pueden facilitar nuevos incendios?

    A veces, la razón por la que se cortan y extraen los árboles muertos es la de disminuir la biomasa seca que podría ejercer de combustible en un segundo incendio. Pero este incremento de la probabilidad de un segundo incendio es a menudo incierto, especialmente porque justo después del incendio no hay suficiente biomasa fina para otro fuego. Y al cabo de unos pocos años, a menudo el matorral o bosque joven ya es muy inflamable pudiendo ser la contribución relativa de los árboles muertos poco importante.

    Una solución es cortar y extraer un porcentaje de los árboles muertos después de al menos un año o más del incendio. Se enfocaría en zonas donde la regeneración ya está asegurada. Esto puede reducir el impacto negativo de la corta.

    Árboles quemados para retener el suelo

    En un incendio a menudo se pueden observar zonas concretas donde la probabilidad de pérdida de suelo será elevada (por ejemplo, debido a las altas pendientes, suelo arenoso, vegetación preincendio muy pobre, etc.). Como la pérdida de suelo es lo peor que puede ocurrir después de un incendio (el suelo tarda muchísimo en regenerarse), en estas áreas se requieren actuaciones urgentes para evitarlo.

    En estos casos, parece justificado cortar árboles quemados y utilizarlos para retener el suelo. Se pueden utilizar las ramas, los troncos en fajinas o hacer pequeños diques de contención. Pero se debe evitar generalizar estas actuaciones a toda la zona quemada si no es realmente necesario. Por ejemplo, no tiene sentido realizarlas en zonas con poca pendiente, en suelos muy pedregosos, en zonas con bancales bien conservados, o en zonas con abundantes plantas rebrotadoras.

    Valorar las consecuencias antes de actuar

    Vivimos en un entorno con vegetación inflamable y un paisaje y un clima cada vez más propensos a incendios debido a la acción humana.

    Para mejorar nuestra convivencia con el fuego, es importante mejorar al máximo la gestión posincendio. El gestor debe balancear los criterios socioeconómicos y ecológicos antes de realizar cualquier acción. Y sea cual sea la decisión, sería deseable evaluar el posible impacto del tipo de intervención seleccionado y, si es necesario, rectificar en la medida de lo posible.

     

    Autor:Juli G. Pausas.Investigador, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

    Cláusula de Divulgación.Juli G. Pausas recibe fondos del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España, así como de la Generalitat Valenciana, y de la Comisión Europea.

    Publicadoen The Conversation el 5 de septiembre de 2022.

     

     

     

     

     

  • Cómo un estudio publicado en una revista científica de prestigio puede acabar en un genocidio

     Vista aérea de una comunidad indígena en la selva amazónica. Shutterstock / MarkFoxPhoto

      

    Poco tiempo después de haberse alzado presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki prohibió la terapia antirretroviral contra el sida. Corría el año 2000 y una de cada cinco sudafricanas embarazadas padecía la enfermedad. En aquel momento ya estaba establecido que el sida era causado por el VIH y que su tratamiento requería de antirretrovirales. Se estima que esta visión negacionista causó al menos 300.000 muertes adicionales por el virus.

    Aunque parezca increíble, esta política genocida tenía su base en la literatura científica. Algunas publicaciones en Nature y Science, las revistas científicas a las que se presupone el mayor prestigio, la apoyaban. Peter Duesberg, catedrático de biología en la prestigiosa Universidad de Berkeley y asesor de Mbeki, sentó las bases de la catástrofe al publicar sus erróneas tesis en Nature y Science –aunque ambas investigaron más tarde la veracidad de sus afirmaciones–.

    Pero en la ciencia, como en la vida, el prestigio es algo relativo y no debe tomarse muy en serio. El caso de Duesberg y el sida está bien documentado en la hemeroteca. Sin embargo, debemos subrayar otros casos menos conocidos, pero de rabiosa actualidad, en los que artículos publicados en revistas de prestigio están favoreciendo tanto la inacción climática como la pérdida de biodiversidad.

    Hay dos ideas que son particularmente peligrosas y que, si se desarrollan, podrían desembocar en verdaderos ecocidios e incluso en genocidios. La primera es la idea que el cambio climático se combate plantando árboles. La segunda es que hay que “conservar” un 30 % de los ecosistemas, principalmente aquellos más “salvajes” o en estado virgen, para restaurar la biodiversidad.

    Plantar árboles, ¿la solución al cambio climático?

    En 2019, Science publicaba un artículo que defendía la idea de plantar árboles como la solución más efectiva contra el cambio climático. El estudio contenía errores de bulto; se basaba en asunciones tales como que la cobertura arbórea en la tundra es del 80 %. Recordemos que la tundra es el bioma polar donde, por definición, el frío imposibilita todo crecimiento arbóreo.

    Este artículo fue duramente criticado y recibió hasta 5 cartas de respuesta señalando varios de sus graves errores.

    A pesar de ello, Science decidió no retirar el artículo, igual que no hizo con los de Duesberg. Se publicaron algunas correcciones generales, pero que no afectaban a la base del paper.

    Pues resulta que este estudio es, a día de hoy, el que toma de base las Naciones Unidas para establecer en qué zonas se debe reforestar para mitigar el cambio climático.

    Proteger más del 30 % de los ecosistemas

    En la última asamblea general de la Naciones Unidas, el pasado 22 de setiembre, se celebró una jornada en la que distintas organizaciones se comprometieron a donar 5.000 millones de dólares para comprar tierras y, supuestamente, restaurar su naturaleza. La iniciativa persigue eliminar la presencia del hombre en, por lo menos, un 30 % de la superficie terrestre para lograr un reequilibrio con la naturaleza y paliar la crisis de la biodiversidad.

    El fundamento tras estas medidas se encuentra, por ejemplo, en un artículo que publicaba Nature en 2018 argumentando que resulta cada vez más urgente proteger los últimos territorios vírgenes restantes en África o América.

    Pero esta idea es solo un precepto ideológico carente de fundamento científico. Es sobradamente conocido que los ecosistemas prístinos constituyen menos del 1 % del Viejo Mundo. En el Nuevo Mundo, así como en los países que fueron antiguamente colonias, son cada vez más las evidencias que nos indican que los paisajes otrora considerados vírgenes, así como su elevada biodiversidad, son en realidad el resultado de la gestión de las comunidades locales.

    También sabemos desde hace tiempo que la declaración de Parque Nacional, o de otras figuras de protección que impiden la gestión, no es la forma más efectiva de conservar un ecosistema. De hecho, no es raro que empeore su estado de conservación.

    El problema, por tanto, no está en la dicotomía hombre vs. naturaleza, sino en cómo convive el hombre dentro de la naturaleza. En realidad, debemos aspirar a proteger el 100 % de la Tierra: realizar un aprovechamiento sostenible de sus recursos en la totalidad del planeta.

    La medida del 30 % afectará, sobre todo, a los más pobres. Las comunidades indígenas del sur global verán como son desposeídas de sus tierras, y de su modo de vida, a pesar de no ser responsables de la degradación de la Tierra.

    La ciencia nos indica que la declaración de área protegida no mejorará necesariamente su biodiversidad. Lo que no sabemos es qué pasará con las comunidades del sur global que se vean desplazadas. No lo sabemos, pero seguramente nos lo podemos imaginar.

    Cómo debemos aplicar la ciencia

    Debemos eliminar la idea de que hay revistas o investigadores más o menos prestigiosos. En algunas cuestiones, como la causa del sida, es fácil lograr el consenso (aunque siempre puede haber algún escéptico). En otras, como el papel del hombre sobre la biodiversidad, resulta más difícil ya que la ideología del investigador puede entorpecer su habilidad para discernir lo cierto de lo falso.

    La ciencia solo es neutra y ayuda a la humanidad cuando se atiende al esfuerzo de toda la comunidad científica. Si nos basamos solo en algunos resultados publicados en medios prestigiosos, o en aquellos que mejor resuenan con nuestra ideología, lo más probable es que se tomen medidas erróneas e incluso catastróficas.

    Tenemos las herramientas para evitar aquello de lo que nos advertía Pérez-Reverte en La tabla de Flandes:

    “Usted acaba de formular una hipótesis, y en ese caso siempre se corre el riesgo de distorsionar los hechos para que se ajusten a la teoría, en vez de procurar que la teoría se ajuste a los hechos”.

      

    Publicado el 20 de octubre de 2021 en The Conversation. Enlace al original: https://bit.ly/3jw5N01

    Cláusula de Divulgación

    Víctor Resco de Dios recibe fondos de MICINN y Velux y ha publicado en algunas de las revistas señaladas en el artículo.

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  • El extraño "pelo de hielo" que se forma en los bosques de Irlanda del Norte

    Ice hair in Castle

    El hielo capilar se derrite con solo tocarlo.

     

    Quienes por estos días dan un paseo invernal en los bosques de Irlanda del Norte pueden llevarse una sorpresa.

    En medio de las ramas de los árboles en los condados de Fermanagh y Tyrone se ha formado un hielo que parece algodón de azúcar.

    Visto de cerca, se pueden apreciar cientos de hebras heladas, como si fuera un delicado cabello blanco.

    Al tocarlas, o con el calor del sol, se derriten.

     

  • El papel de los bosques como sumideros de carbono

    8 - 10 minutos

    Los sistemas forestales tienen la capacidad de captar el CO₂ de la atmósfera gracias a la energía del sol. Las plantas transforman las moléculas inorgánicas en moléculas orgánicas que usan en la construcción de sus estructuras vitales: flores, frutos, ramas, troncos, raíces, hojas, etc.

    Estos productos elaborados serán consumidos por los animales herbívoros, que los integran así en eslabones de las cadenas tróficas de los ecosistemas terrestres. En ese mismo proceso, las plantas generan un subproducto vital: el oxígeno.

    Los bosques, almacenes de CO₂

    Al respirar, los seres vivos emitimos CO₂ como subproducto metabólico de nuestro funcionamiento vital. Y al morirnos, nuestros cuerpos se descomponen en el suelo gracias a bacterias aeróbicas que transforman las moléculas orgánicas en CO₂ (que es emitido a la atmósfera) y en otras moléculas que contienen carbono y que se incorporan a uno de los reservorios más importantes del ciclo del carbono, el suelo.

    Así, los bosques retiran dióxido de carbono de la atmósfera e incorporan carbono a su biomasa. Al menos temporalmente, mientras los árboles (y arbustos, etc.) están vivos.

    Según el Quinto Informe de Evaluación del IPCC, se estima que a nivel global la cantidad de carbono presente en la biomasa viva de la vegetación es de entre 450 y 650 gigatoneladas. Aparte del carbono retenido en la vegetación, los suelos de los bosques son capaces de almacenar entre 1 500 y 2 400 Gt.

    Cuando un árbol se corta, y su madera es utilizada en la fabricación de muebles, elementos constructivos u otros, el carbono permanece retenido fuera de la atmósfera durante la vida útil del producto. Por el contrario, cuando un árbol se quema en el bosque, el carbono almacenado es devuelto a la atmósfera de manera casi inmediata.

    Los sistemas forestales fijan carbono tanto en la biomasa viva como en el suelo. Dehesa de encina en San Sebastián de los Reyes, Madrid. Author provided

    Mitigadores del cambio climático

    Sin embargo, no siempre hay un balance positivo entre entradas y salidas de carbono en los ecosistemas terrestres. El uso de la tierra, incluida la agricultura y los bosques, representa aproximadamente el 10 % de las emisiones globales de CO₂, y casi el 25 % de todos los gases de efecto invernadero como el CH₄ y el N₂O. Se estima que la deforestación es la principal fuente de gases de efecto invernadero en muchos países tropicales.

    Al mismo tiempo, aproximadamente un tercio de las emisiones de origen humano de CO₂ son absorbidas por los ecosistemas terrestres, principalmente por los bosques. Los sumideros forestales son importantes para la mitigación del cambio climático y en latitudes templadas o boreales los sistemas forestales se comportan como sumideros netos.

    Figura 1. Componentes combinados del presupuesto global de carbono en función del tiempo. Friedlingstein, P., Jones, M., O'sullivan, M., Andrew, R., Hauck, J., Peters, G.,... & DBakker, O. (2019). Global carbon budget 2019. Earth System Science Data, 11(4), 1783-1838.CC BY

    La importancia de la gestión forestal

    El papel que desempeña el uso de la tierra, sus cambios y la selvicultura (UTCUTS o bien LULUCF, por sus siglas en inglés) como fuente o sumidero de gases de efecto invernadero convierte al sector forestal en un actor clave con un gran potencial de mitigación. En consecuencia, se hace indispensable conocer cuánto carbono se almacena en la vegetación, así como los flujos de este elemento que se crean desde y hacia ella.

    La contabilización de las emisiones y absorciones de CO₂ de los diferentes sectores se fue estableciendo en las sucesivas conferencias de las Partes tras la aprobación del Protocolo de Kioto. Incluir el uso de la tierra en el proceso de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático ha sido largo y complejo.

    Para los bosques, las incertidumbres asociadas a las estimaciones de los gases de efecto invernadero que absorbían o emitían y las –en muchas ocasiones espúreas– cuestiones metodológicas han supuesto dificultades para alcanzar compromisos y lo que es peor, han implicado una inacción de coste insospechado.

    Uno de los aspectos más polémicos ha sido el papel que la gestión forestal desempeña en el aumento de la capacidad del bosque para fijar carbono, asumiendo que la única manera de incrementar el papel mitigador de los bosques es aumentando su superficie. Esta situación viene propiciada principalmente por dos motivos:

    • Por la preocupación climática de que la gestión forestal haga que los bosques que ahora son sumideros pasen a ser emisores de gases de efecto invernadero.
    • La gestión forestal garantiza la persistencia del bosque y su capacidad como sumidero. Pinar de Valsaín, Segovia. Author provided
    • Por la preocupación de las organizaciones ambientales que ven en estas prácticas también un riesgo para la biodiversidad.

    Ambas preocupaciones son perfectamente entendibles, pero también solventables mediante la planificación, aplicación y certificación de sistemas de gestión forestal sostenible, que garanticen la compatibilidad entre la persistencia del bosque, el aumento de su capacidad de fijación de carbono, y el resto de usos.

    ¿Cuántas emisiones absorben los bosques?

    Las actividades relacionadas con LULUCF (recordemos: el papel del uso de la tierra, sus cambios y la selvicultura), donde se enmarcan los bosques, no se abordaron definitivamente hasta la Conferencia de las Partes de 2001 (COP7) en la que se aprobaron los acuerdos de Marrakech. En ellos se fijaron las definiciones, modalidades, normas y directrices relativas a las actividades LULUCF recogidas en el artículo 3 del Protocolo de Kioto.

    España informa de sus emisiones de gases de efecto invernadero a la Secretaría de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Además, aporta información adicional para cumplir los compromisos asumidos conforme al Protocolo de Kioto, cuyo segundo periodo de aplicación finalizó en 2020.

    La diferencia fundamental entre ambos tipos de informes es que el primero tiene un criterio basado en la tierra (asigna categorías de uso de la tierra a toda la superficie dentro del país) y el segundo tiene un criterio basado en las actividades humanas.

    El último inventario nacional de gases de efecto invernadero recoge las cifras para el año 2018. El valor neto es muy aproximado (ver tabla 1), ya que España considera toda la superficie forestal bajo gestión regulada, cuando en realidad solo el 18,5 % de la superficie forestal española dispone de proyectos de ordenación forestal que regulan y controlan su aprovechamiento de manera sostenible.

    Tabla 1. Absorciones netas del sector LULUCF en España bajo el criterio de la CMNUCC y el Protocolo de Kioto. Inventario nacional de emisiones de gases de efecto invernadero 1990 – 2018 (edición 2020)

    Estudios detallados del Centro de Investigación Forestal del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (CIFOR-INIA) estiman una fijación neta anual en terreno forestal en España de 116 Mt CO₂eq (megatoneladas de CO₂ equivalente), de los cuales 94 Mt CO₂eq se atribuyen a la superficie forestal arbolada y 22 Mt CO₂eq a formaciones de arbustos y matorrales de talla media-alta.

    La madera mantiene el carbono fijado a lo largo del ciclo de vida de sus productos. Author provided

    Las masas forestales en el cómputo estatal de CO₂

    En la UE, la primera vinculación entre las políticas climáticas y los stocks de carbono forestal se produjo tras el Acuerdo de París. Para cumplir los compromisos, el Parlamento y el Consejo europeos adoptaron el Reglamento 2018/841 sobre la inclusión de las emisiones y absorciones del sector LULUCF para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para el período de 2021 a 2030, modificando el reglamento anterior de 2013. Se espera una nueva revisión de este reglamento para 2021 conforme al plan de objetivos climáticos para 2030 que propone actualmente la Comisión.

    Hay que destacar que el sector LULUCF en España es el único con efecto sumidero neto. Sus absorciones ayudan a compensar el 11,4 % de las emisiones de otros sectores, tanto los sujetos al comercio de derechos de emisión (industria y generación eléctrica), como los sectores difusos (como el transporte, residencial, agrícola y ganadero, y gestión de residuos).

    Tabla 2. Distribución de emisiones del 2018 (ktCO₂-eq). Inventario nacional de emisiones de gases de efecto invernadero 1990 – 2018 (edición 2020), Author provided

    Bajo el reglamento actual, se consideran dentro de la contabilidad del sector LULUCF las absorciones y emisiones debidas a tierras forestadas, las tierras deforestadas, los cultivos gestionados, los pastos gestionados y la tierra forestal gestionada.

    En las categorías de la tierra forestal gestionada, para poder diferenciar las absorciones derivadas de la gestión forestal de las debidas al crecimiento natural de los bosques, el reglamento establece un nivel forestal de referencia que debe proponer cada país dentro de su Plan de Contabilidad Forestal Nacional. Solo podrán contabilizarse las absorciones que sobrepasen este nivel.

    Estas absorciones se utilizarán para cumplir con el compromiso de que las emisiones del conjunto del sector LULUCF no superen sus absorciones (norma de deuda cero). Cumplido este requisito, las absorciones sobrantes debidas al sector podrían utilizarse para compensar las emisiones del resto de sectores difusos, hasta un máximo de 29,1 Mt CO₂ eq para todo el período 2021-2030.

    Analizando el sistema de contabilidad actual, observamos que se favorece la utilización de las absorciones asociadas a las repoblaciones, mientras que se relegan a un segundo plano las absorciones originadas por las masas forestales existentes y consideradas bajo gestión. En este punto, es necesario volver a resaltar la importancia de la gestión forestal y la necesidad de contar con instrumentos adecuados que garanticen su aplicación y seguimiento.

    Lo cierto es que no cuadran las cifras. Según estudios del Joint Research Centre de la Comisión Europea, hay una discrepancia a nivel global de unos 4 Gt de CO₂ anuales en las emisiones antropogénicas netas del uso de la tierra entre los modelos globales del V Informe de Evaluación del IPCC y los datos agregados de los inventarios nacionales de gases de efecto invernadero. La mayor parte de esta diferencia es atribuible a las superficies forestales consideradas bajo gestión.

    A pesar de todo, el planteamiento general tiene sentido y es coherente con las líneas adoptadas desde Europa para seguir fomentando la reducción de emisiones en todos los sectores.

    Ahora bien, no se puede caer en un triunfalismo simplista que asuma que las emisiones antropogénicas pueden ser compensadas por los sumideros forestales, desincentivando así cualquier esfuerzo por atacar la raíz del problema: el uso masivo de combustibles fósiles como fuentes de energía y el incesante cambio de uso del suelo.

    Todo ello reconociendo la necesidad de implementar políticas que apoyen una gestión forestal sostenible a futuro. Y por futuro hay que reconocer horizontes más allá del año 2050 que permitan articular los amplios plazos de gestión de los sistemas forestales.

    Este artículo ha sido escrito en colaboración con Sergio de la Cruz, director técnico del Foro de Bosques y Cambio Climático.

    Fuente: Autores: Agustín Rubio Sánchez y Rafael Calama Sainz

  • Los bosques tropicales pierden la capacidad de absorber CO2

    Los bosques tropicales del mundo están perdiendo su capacidad de absorber el CO2 de la atmósfera, mientras que los bosques boreales están absorbiendolo a un ritmo cada vez más rápido, según un estudio.

    El nuevo análisis utiliza una combinación de datos de teledetección y modelización para crear una imagen detallada de la pérdida y la ganancia de carbono en todos las biomas de la Tierra desde 1992 hasta 2015. Muestra un cuadro divergente en los dos ecosistemas más importantes del mundo para el almacenamiento de carbono en tierra firme: los bosques tropicales húmedos y los bosques "boreales", que se encuentran en el clima frío de las altas latitudes.

  • Los incendios más intensos y frecuentes pueden reducir la captura de carbono por los bosques

    Un estudio global muestra que las llamas disminuyen la densidad de los bosques y el tamaño de los árboles, lo que hace que las maderas tangan menor capacidad de captar  carbono

     

    A prescribed burn at Cedar Grove in California

    Un incendio extinguido en Cedar Grove en California. Los estudios han demostrado cómo los incendios frecuentes reducen los niveles de nutrientes en el suelo. Fotografía: Tony Caprio / Nature Ecology & Evolution

     

    Los incendios más graves y frecuentes están reduciendo la densidad de los bosques y el tamaño de los árboles y pueden dañar la capacidad de los bosques para capturar carbono en el futuro, según un estudio global.

    Aunque los incendios forestales son fenómenos que pueden ocurrir por causas naturales y los bosques naturales se regeneran, el calentamiento global y la actividad humana han provocado un aumento de la frecuencia e intensidad de los incendios. Los incendios forestales queman el 5% de la superficie del planeta cada año, liberando dióxido de carbono a la atmósfera equivalente a una quinta parte de nuestras emisiones anuales de combustibles fósiles.

    Los investigadores que analizan décadas de datos de 29 regiones de África, Australia, América del Norte y América del Sur han descubierto que los sitios que tenían incendios cada año tenían un 63% menos de árboles individuales y un 72% menos de área basal, una medida que revela que los árboles son mucho más pequeños, que en lugares que nunca ardieron. Es probable que los paisajes con menos árboles más pequeños capturen menos carbono.

    Existe un creciente interés en plantar árboles como una solución climática natural, con la campaña Trillion Trees atrayendo el apoyo de los políticos y líderes empresariales mundiales e incluso el respaldo entusiasta de Donald Trump en el último año de su presidencia en Estados Unidos.

    Pero los investigadores advirtieron que los esfuerzos de forestación para secuestrar carbono tendrían que elegir los lugares de plantación con cuidado y prestar atención a los cambios en la frecuencia de los incendios, con incendios regulares que cambian las especies dentro de las áreas boscosas, así como el tamaño de los árboles.

    “La plantación de árboles en áreas donde los árboles crecen rápidamente se promueve ampliamente como una forma de mitigar el cambio climático. Pero para ser sostenibles, los planes deben considerar la posibilidad de cambios en la frecuencia e intensidad de los incendios a largo plazo ”, dijo el Dr. Adam Pellegrini de la Universidad de Cambridge, primer autor del artículo.

    "Si planta árboles que no están adaptados al fuego, esos bosques pueden secuestrar carbono durante 20 o 30 años, pero hay que preguntarse qué tan estable es ese carbono".

    El estudio, publicado en Nature Ecology and Evolution, encontró que los ecosistemas de sabana y las regiones tropicales con estaciones húmedas y secas más extremas eran las más sensibles a los cambios en la frecuencia de los incendios. En las zonas tropicales, la hierba crece más vigorosamente en la estación húmeda antes de secarse y arder con mayor intensidad en la estación seca, con incendios más calientes y frecuentes que dificultan la capacidad de algunos árboles para recuperarse del fuego.

    "Nuestro estudio muestra que, aunque las regiones más húmedas son mejores para el crecimiento de los árboles, también son más vulnerables al fuego", dijo Pellegrini. "Eso influirá en las áreas que debemos gestionar para tratar de mitigar el cambio climático".

    Los trópicos son el área favorecida para la forestación motivada por el clima porque los bosques tropicales naturales densos y de rápido crecimiento capturan más carbono que los bosques templados.

    Estudios anteriores han demostrado cómo los incendios frecuentes reducen los niveles de nutrientes como el nitrógeno en el suelo. La nueva investigación muestra que esto puede favorecer las especies de árboles de crecimiento más lento que pueden prosperar con menos nutrientes. Pero estos árboles pueden limitar la recuperación del bosque más amplio al retener nutrientes en lugar de moverlos al suelo donde pueden ser utilizados por otras especies.

    “A medida que aumenta la frecuencia e intensidad de los incendios debido al cambio climático, la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas forestales cambiarán de muchas maneras debido a los cambios en la composición de los árboles”, dijo Pellegrini. "Las especies de árboles más tolerantes al fuego generalmente crecen más lentamente, lo que reduce la productividad del bosque".

    En el pasado, la mayor parte del carbono liberado por los incendios forestales se recuperaba a medida que los ecosistemas se regeneraban, pero los incendios más frecuentes o intensos no permiten dicha recuperación natural.

    Los ciclos de fuego son una parte positiva y necesaria de algunos paisajes, asegurando una diversidad de plantas y animales. Si las personas en los sistemas de sabanas sofocan los incendios, los pastizales ricos en especies pueden cubrirse rápidamente con un paisaje arbóreo menos diverso.

    El esfuerzo de investigación, una colaboración con los administradores de 374 parcelas forestales en cuatro continentes donde se llevó a cabo o se evitó la quema experimental, examinará a continuación el impacto de los incendios y su frecuencia en la biodiversidad.

     

    Publicado en The Guardian el 25 de febrero de 2021, por Patrick Barkham. Enlace a la noticia original: https://bit.ly/3syLwZD

     

  • Pinos y eucaliptos: chivos expiatorios en el problema de los incendios forestales

     5 - 7 minutos

    Es frecuente encontrarse con informaciones que califican a unas especies arbóreas de incendiarias y a otras de apagafuegos. Generalmente, se considera que los pinos y los eucaliptos favorecen la propagación del incendio ya que son especies no nativas. Sin embargo, se tiene a los robles o a los castaños por especies ignífugas capaces por sí solas de apagar, o cuanto menos de contener, un incendio. Pero, como vamos a ver, todo esto no son más que creencias infundadas.

    El bosque ibérico original

    Había una vez una península donde todos los bosques eran primigenios. Bosques prístinos donde un tipo de árbol con hojas en forma de aguja y frutos escondidos dentro de una piña era particularmente abundante. Los pinos, como los llamamos ahora, estaban presentes a lo largo y ancho de esa geografía contenida entre los cabos da Roca y de Creus y entre Tarifa y la Estaca de Bares. Y eso fue así hasta que, de repente, hace ya algunos miles de años, algo inesperado ocurrió. Algo que hizo que esos bosques dejaran de ser primigenios y prístinos. 

    Apareció una nueva especie de mamífero. Un bípedo implume que, poco a poco, iría transformando el paisaje. Al principio lo hizo con fuego, la herramienta que mejor conocía. Así renovaba el pasto para el ganado y fertilizaba el terreno para cultivar. Entonces, los pinos dejaron de ser tan comunes, ya que no estaban adaptados a ese nuevo régimen de incendios, y sus poblaciones disminuyeron drásticamente. Además, no eran un tipo de árboles particularmente útiles para los nuevos pobladores peninsulares ya que su madera era poco densa y sus frutos apenas alimentaban al ganado. 

    En cambio, hubo otro tipo de árboles, de hoja ancha y bellota, que fue prosperando. Eran árboles capaces de rebrotar y, por tanto, el nuevo régimen de incendios no diezmó sus poblaciones. Las dehesas, por ejemplo, acoge un tipo de vegetación que resultó favorecida por este tipo de gestión. Y así es como a lo largo de muchos siglos y milenios el humano (ese es el nombre que ahora tiene aquel bípedo implume) fue favoreciendo a los robles y encinas a expensas de los pinos. Un proceso que, con diferentes matices y diferentes técnicas de gestión del terreno, duró hasta prácticamente el siglo XX. 

     

    Bosque de pinos. Jacinta Lluch Valero / Flickr, CC BY-SA

    Primera mitad del siglo XX: la gran renaturalización española

    Entonces la historia dio otro giro inesperado y los humanos empezaron la gran renaturalización de España. Volvieron a introducir los pinos. Se ejecutaron repoblaciones en las que se recuperó ese género de árboles que tan castigado por la acción humana había estado hasta entonces. 

    Debemos destacar que ese género no fue su primera opción. Los científicos de entonces, impregnados todavía por un espíritu ilustrado, hicieron pruebas para determinar qué especies usarían. La gran renaturalización de España no fue tarea fácil. Tras siglos y milenios de explotación y de deforestación, la degradación del terreno era elevada y los experimentos iniciales revelaron que solo era posible introducir especies frugales, como los pinos. 

    Y fue pasando el tiempo. Y las necesidades de los humanos cambiaron. Y el carbón fósil y el petróleo fueron sustituyendo al carbón vegetal y a la leña como fuentes de energía. Y las plantaciones y los bosques se iban abandonando, ya que su rentabilidad disminuía. Y como se había incrementado el número de árboles durante la gran renaturalización, los incendios aumentaron. 

    Segunda mitad del siglo XX: se introducen nuevas especies

    Se reestructuró el modo de vida de los humanos, que pasó a concentrarse en las ciudades a expensas de los pueblos. Y los pocos que quedaron en los ambientes rurales necesitaban alicientes para aumentar la rentabilidad del campo y poder seguir viviendo en él. 

    Así es como se introdujeron nuevas especies, como los eucaliptos. Especies de crecimiento rápido que servían, principalmente, para producir papel. Y los incendios siguieron aumentando no solo porque hubiera más árboles, sino también porque el clima se fue volviendo más seco como consecuencia que la quema del carbón y del petróleo. 

    Y entonces ocurrió un movimiento social curioso. Una gran parte de la ciudadanía retrocedió varias décadas en el tiempo para pedir, de nuevo, que se erradicaran los pinos. Además, este movimiento también pediría que los eucaliptos fueran eliminados. Consideraban que se trata de especies más inflamables que los robles y que no son autóctonas. 

    Que se considere a los pinos como un elemento alóctono de la península es un giro inesperado y desafortunado que muestra el escaso conocimiento de la historia forestal de este país. Que se considere que los pinos y eucaliptos arden más que otras especies indica la escasa comprensión sobre los mecanismos que rigen la combustión y el comportamiento del incendio. 

     El incendio de 2016 en la sierra de Arada-Freida (Portugal) ardió con mucha menor severidad en las plantaciones de eucaliptos (verde) que en el matorral adyacente (negro) debido a las diferencias en la estructura de la vegetación. Paulo M. Fernandes, Author provided

    No hay especies más inflamables que otras

    Se podría decir que la combustión es una fotosíntesis a la inversa. Es decir, si durante la fotosíntesis el CO₂ se reduce para formar carbohidratos, estos son oxidados durante un incendio y transformados de nuevo en CO₂. Por tanto, cualquier organismo que fotosintetiza (o que tiene carbono) puede ser quemado. Hablar de árboles no inflamables, o incluso de árboles ignífugos, es por tanto un absurdo. 

    Es cierto que, si aislamos en un laboratorio una hoja y medimos su inflamabilidad, nos encontramos diferencias entre las especies. Pero no es cierto que la inflamabilidad de las hojas de los pinos sea necesariamente mayor que la de las encinas. La humedad foliar en los primeros, por ejemplo, es difícil que baje por debajo del 100 %, mientras que en las encinas es común que esté al 80 %.

     Pinar de repoblación con inflamabilidad baja (izquierda) y encinar con inflamabilidad elevada (derecha) en la cordillera prelitoral de Tarragona. Las diferencias en la inflamabilidad derivan de la estructura, no de la especie. Resco de Dios V. 2020. 'Plant-Fire Interactions: Applying Ecophysiology to Wildfire Managament'. Springer, Author provided

    Además, no se pueden extrapolar los resultados de un hoja a escala de árbol porque la propia arquitectura del árbol afecta a la inflamabilidad, independientemente de cómo ardan las hojas. A escala de incendio todavía menos, ya que otros elementos como la topografía, la meteorología o la disposición física del combustible y la estructura del paisaje y de la vegetación son mucho más importantes. 

    Entonces, ¿por qué en ocasiones se salvan los robles o castaños del incendio? Generalmente, eso ocurre en zonas como los fondos de valle que naturalmente son más húmedas y, por tanto, el incendio es menos intenso por el efecto de la topografía. También puede ocurrir en ambientes urbanos ajardinados, donde la escasa continuidad del combustible dificulta el paso de las llamas. 

    Aunque haya quien crea que los pinos y los eucaliptos son los culpables de los incendios actuales, es probable que sin ellos los incendios fueran aún más graves. El abandono rural, que es la causa primera de la gravedad de los incendios actuales, sería aún mayor. 

    Fuente:    Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

     

  • Seis temas candentes en 2022 para las políticas relacionadas con la naturaleza y el cambio climático

    Olas de vapor de las torres de refrigeración de la planta nuclear Doel de Electrabel, la unidad belga de la empresa francesa Engie, antigua GDF Suez, en Doel cerca de Amberes, Bélgica, 4 de enero de 2016. REUTERS / Francois Lenoir


    Un artículo para la Fundación Thomson Reuters presenta un avance de seis áreas relacionadas con el cambio climático y la política de la naturaleza que habrá que abordar en 2022. “Desde hacer los cambios ecológicos más justos para los trabajadores hasta recortar los subsidios a los combustibles fósiles, la acción sobre el cambio climático debe incrementarse en 2022, según los analistas". En otra parte, el artículo identifica las prioridades para el año como "recortes de emisiones más rápidos y mayores", que tratan de "acelerar los impactos climáticos" y "pagar por pérdidas y daños", así como un "nuevo trato para la naturaleza".


    En una línea similar, Climate Home News enumera los eventos clave en 2022: "Una COP africana, informes científicos históricos y una cumbre de biodiversidad muy esperada darán forma a la respuesta al cambio climático este año" (se refieren a la cumbre climática COP27 en Egipto en noviembre, los informes de los grupos de trabajo 2 y 3 del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, así como su síntesis del sexto informe de evaluación, y la cumbre de biodiversidad COP15 en abril).


    Por otro lado, un editorial de Nature pregunta "cómo los investigadores pueden ayudar a combatir el cambio climático en 2022 y más allá en el tiempo". Señala áreas que incluyen la "innovación verde", la evaluación de las políticas climáticas y el seguimiento de los compromisos gubernamentales, así como la necesidad de que la ciencia climática "continúe a buen ritmo" en áreas como la atribución de eventos extremos.

     

    Noticia sacada de la publicada el 6 de enero de 2022 en Carbon Brief por Beh Lih Yi , Fundación Thomson Reuters. Más información en el siguiente artículo publicado en la revista de la citada fundación https://tmsnrt.rs/3JJnq7Q.

  • Un estudio encuentra que la crisis climática hace que los bosques del mundo sean más pequeños y más jóvenes

    El aumento de las temperaturas, los desastres naturales y la deforestación tienen un alto costo, dicen los científicos

    El estudio estima que la tala humana de árboles ha reducido el área forestal total en un 12% desde 1900. Fotografía: Sean Gallup / Getty

    La crisis climática y la tala masiva de árboles han hecho que los bosques del mundo sean significativamente más pequeños y jóvenes en general, según un análisis.