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Armas nucleares

  • La miel estadounidense es radiactiva por décadas de pruebas de bombas nucleares

    Un reciente estudio descubre que las abejas han estado recolectando niveles elevados de polen irradiado durante décadas.

     

    Las potencias nucleares mundiales han detonado más de 500 armas nucleares en la atmósfera. Estas explosiones fueron pruebas, demostraciones de fuerza a naciones rivales y demostración de que países como Rusia, Francia y Estados Unidos habían dominado la ciencia de la bomba. La miel del mundo ha sufrido por ello. Según un nuevo estudio publicado en Nature Communications, la miel en los Estados Unidos está llena de consecuencias persistentes de esas pruebas nucleares atmosféricas.

    Para llevar a cabo el estudio, los investigadores recolectaron muestras de miel de más de 100 colmenas y muestras de suelo de 110 lugares en todo el este de los Estados Unidos. Los científicos encontraron niveles elevados de cesio tanto en el suelo como en las muestras de miel. "Si bien la mayor parte de la radiación producida por la detonación de un arma nuclear se desintegra en los primeros días, uno de los productos de fisión más abundantes y de mayor duración es el cesio, que tiene una vida media radiactiva de 30,2 años", según el estudio.

    Investigaciones anteriores después del desastre nuclear de Chernobyl identificaron niveles elevados de cesio en la miel y el polen europeos. La buena noticia es que, según los investigadores, la mayor parte de esta miel probablemente sea segura para que la consuman los humanos. 

    "Si bien las concentraciones de cesio que detectamos en la miel hoy en día están por debajo del nivel de umbral dietético preocupante observado por muchos países, y no es evidentemente peligroso para el consumo humano, la radiación residual generalizada es sorprendente dado que han transcurrido casi dos períodos de vida media radiactiva desde la mayor parte de la producción de bombas de cesio]”, afirmaron.

    Estados Unidos realizó la mayoría de sus pruebas nucleares atmosféricas en las Islas Marshally el suroeste de Estados Unidos. La lluvia radiactiva se extendió por la atmósfera y se instaló por todo el planeta. “El este de América del Norte recibió una lluvia desproporcionadamente alta de las pruebas de armas nucleares de los años 50 a los 60 a pesar de estar relativamente lejos de los sitios de detonación debido a los vientos del oeste predominantes y las altas precipitaciones”, refleja el estudio.

    La mayor parte se disipó rápidamente, pero el cesio se pegó y empapó el suelo donde su estructura química, que es similar al potasio, lo hizo atractivo para las plantas. El potasio y el cesio son químicamente similares y el estudio especuló que esta es la razón por la que las plantas absorbieron tanto cesio, lo que llevó a que pasara a estar presente en el polen que consumen las abejas para elaborar la miel.

    También encontró una relación inversa entre la cantidad de potasio que se encuentra naturalmente en el suelo y la cantidad de contaminación radiactiva que se encuentra en la miel. Los estados del sur contenían tres veces la cantidad de contaminación radiactiva que los estados del norte. El suelo del sur no contiene mucho potasio, mientras que el suelo del norte es rico en este material.

    Si bien esta miel probablemente sea segura para el consumo humano, es posible que no lo sea para las abejas que la generan.

    “En los últimos cinco años, ha quedado claro que los insectos sufren importantes consecuencias negativas a tasas de dosis de radiación que antes se consideraban seguras, pero se debate el umbral en el que se producen los daños”, dijo el estudio. "Algunos estudios indican que los niveles bajos de contaminación de cesio pueden ser letales para los insectos polinizadores y que cualquier aumento por encima del nivel de fondo causa daños cuantificables a los ecosistemas circundantes".

    Gran parte del mundo dejó de detonar bombas nucleares en la atmósfera en 1963 cuando las potencias nucleares del mundo firmaron el Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares. Casi 60 años después, todavía vivimos con las consecuencias de esas explosiones nucleares.

     

    Publicado en VICE el 22 de abril de 2022 por Mathew Gault. Enlace al artículo original: https://bit.ly/3vixVqR

     

  • Las nucleares son una fuente limpia de energía, pero son inviables en España

    La fuerza nuclear es muy intensa, unas 140 veces mayor que la eléctrica. Y esta es alrededor de cien trillones de veces más intensa que la fuerza de la gravedad, que nos genera un buen golpe si caemos desde lo alto de una escalera de mano de una altura de un par de metros.

    Esas fuerzas enlazan entre sí los protones y neutrones de los átomos, dando estabilidad a la materia. Pero los protones están cargados positivamente, de manera que se repelen. Llega un momento, cuando juntamos muchos de ellos, que los neutrones que funcionan de pegamento de los núcleos atómicos ya no pueden mantenerlos unidos, y esos núcleos se desgarran liberando la fuerza nuclear, que produce un trabajo físico equivalente a una inmensa energía.

    Ahora bien, así como las fuerzas eléctricas pueden ser manipuladas con mucha facilidad, las fuerzas nucleares son esencialmente aleatorias. Por eso, para liberar su energía solo podemos juntar entre sí muchos átomos de núcleos inestables de manera que los neutrones liberados en un núcleo estimulen a otros núcleos a romperse, a fisionarse. Se produce entonces una reacción en cadena que, si se deja correr, produce una bomba atómica y, si se controla, un reactor atómico que libera enormes cantidades de energía en forma de calor.

    Y ahí está el problema de la energía nuclear controlada: el calor producido por la rotura de los núcleos, por la fisión. Es curioso que una tecnología del siglo XX funcione como una locomotora de principios del siglo XIX: produce energía útil calentando agua cuyo vapor mueve turbinas.

    Los problemas de las centrales nucleares

    Aunque hay muchos tipos de centrales nucleares, las que se han establecido como viables son aquellas que tienen cerca del reactor una torre enorme en forma de superficie hiperbólica. En ella, el agua que ha capturado el calor de la fisión se desliza por las paredes, vaporizándose y liberando ese calor a la atmósfera.

    El problema de las centrales nucleares es su refrigeración. Esta debe hacerse con fluidos neutros, abundantes y baratos, porque se necesitan inmensas cantidades, y se precisa que no contaminen el ambiente en el que se encuentra la central. Esencialmente, el agua. Las fuerzas nucleares son objeto de investigación de alta sofisticación en la física, pero para su uso práctico funcionan como el carbón.

    No producen gas carbónico (CO₂) pero generan una considerable cantidad de residuos que siguen siendo inestables, es decir, que emiten alguna de las partículas alfa (dos protones con dos neutrones), beta (electrones) o rayos gamma. Estas partículas y rayos son muy energéticos y, al actuar sobre los tejidos animales, los modifican, produciendo o muerte directa o cambios en las células que pueden dar lugar a cáncer.

    Así, la energía nuclear, que no produce cambio climático, y no es cara en su operación, es contaminante en su acción sobre la vida y precisa de mucha agua para su funcionamiento. Y aquí aparecen de forma muy clara los dos problemas que existen para su utilización generalizada.

    El miedo a un accidente

    Como acabamos de ver en estos meses de pandemia, producida por uno de los innumerables virus que rodean nuestras vidas, los seres humanos reaccionamos de manera irracional, de manera visceral ante los ataques a la vida. El virus SARS-CoV-2 ha matado a muchas personas pero, si se mira en perspectiva, no son tantas. En España han muerto hasta la fecha cerca de 100 000 personas, de un colectivo de 47 millones: un 0,21 %. La mortalidad (sobre todo infantil) en las sociedades humanas antes de 1800 podía estar en un 10 %.

    La energía nuclear de uso civil ha causado un número casi inapreciable de muertes en un número minúsculo de accidentes. Pero las imágenes de las bombas atómicas (más bien nucleares) en Japón y las explosiones de prueba en las islas del Pacífico, así como un cierto número de películas sobre el tema, han introducido en las mentes humanas un miedo irracional a esa energía.

    Ahora bien, el miedo es totalmente justificado si las cosas se hacen mal. Un reactor nuclear civil no puede explotar como una bomba atómica, pero sí puede fundirse y liberar muchas sustancias radiactivas. Esto exige que las centrales se diseñen con altísimas medidas de seguridad, lo que hace que el tiempo de diseño y construcción de una central de un gigavatio sea de unos 10 años, resultando así muy cara: unos 10 000 millones de euros. ¿Quién va a invertir esas cantidades teniendo en cuenta el rechazo social?

    El miedo hace que no se puedan instalar centrales cerca de núcleos de población: en un mundo cada vez más lleno de personas, quedan pocos lugares con agua donde emplazarlas.

    El consumo de agua y otros requerimientos

    Las centrales nucleares exigen una enorme cantidad de agua, y agua garantizada todo el año para su refrigeración. Eso quiere decir que en un país estepario, como es España, no hay muchos lugares donde construirlas.

    Además, las centrales exigen zonas sin riesgo sísmico: no queremos que un terremoto agriete los blindajes que retienen en su interior las partículas radiactivas. Esto elimina gran parte de Andalucía.

    Las centrales nucleares deben construirse en zonas que permitan una evacuación fácil y rápida: esto elimina Galicia y el Cantábrico por su topografía montañosa.

    En las dos mesetas y en el valle del Ebro hay poca agua garantizada todo el año.

    El resultado del precio, el largo tiempo de diseño y construcción y la falta de agua, añadidos al miedo visceral y los bandazos de aceptación y rechazo, hacen que la energía nuclear, que sería ideal para combatir el cambio climático, y para mantener controlado el precio de la electricidad, no pueda considerarse como una alternativa viable hoy por hoy. Y si no es hoy, no sirve para frenar el cambio climático.

    Una central fotovoltaica de 1 gigavatio cuesta alrededor de 1 000 millones de euros. Se puede terminar en un año, no presenta riesgos para la vida humana y no necesita agua. Lo mismo ocurre con una central eólica. Las primeras precisan mucho terreno, pero España está casi vacía. Realmente, con 10 000 km² de centrales fotovoltaicas tendríamos toda la energía que utilizamos en España. Y España tiene alrededor de 500 000 km².

    La respuesta social y empresarial es clara. 

    Fuente:   Catedrático de Física Aplicada, Universidad de Alcalá

  • Las repercusiones climáticas de una guerra nuclear

    4 - 5 mintuos

     Imágenes aéreas de la explosión de dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki lanzadas por Estados Unidos el 6 y el 9 de agosto de 1945 respectivamente. Wikimedia Commons

    La guerra en Ucrania se está recrudeciendo. Días atrás, el presidente de EE. UU. Joe Biden advertía de que involucrar a la OTAN en la guerra implicaría la tercera guerra mundial y hace poco Putin avisaba de que tenía las cabezas nucleares preparadas.

    ¿Qué podemos esperar a partir de ahora si el conflicto parece estar enquistándose y la guerra nuclear vuelve a estar sobre la mesa? La ciencia tiene muy claras las consecuencias de una escalada bélica sobre el clima y sobre la escasez de alimentos.

    Los modelos climáticos nos permiten simular las repercusiones de la guerra sobre la producción agrícola, ganadera y piscícola. A continuación repasamos algunos de los diferentes escenarios posibles que nos puede dejar un enfrentamiento bélico: desde un invierno nuclear hasta un escenario de creciente rivalidad entre países.

    Conflicto nuclear regional

    Décadas después del fin de la Guerra Fría, el debate de las armas nucleares vuelve a estar sobre la mesa. En realidad, es un debate que nunca se fue. La carrera armamentística entre India y Pakistán, por ejemplo, puede tener consecuencias globales aunque se trate de una guerra local.

    Bajo un escenario de guerra nuclear entre estos dos países, donde solo se usaría el 1 % del arsenal nuclear mundial, se emitirían 5 millones de toneladas de hollín a la estratosfera. Esto es, los penachos de las bombas inyectarían a las capas altas de la atmósfera una cantidad ingente de aerosoles que bloquearían la radiación solar.

    La radiación solar chocaría contra estos aerosoles y sería reflejada. Como consecuencia, la temperatura global disminuiría 1,8 ℃. El consiguiente oscurecimiento y enfriamiento afectaría a la producción mundial de maíz y trigo, que disminuiría un 13 % globalmente.

    Esta disminución no afectaría a todo el mundo por igual, sino que la zona templada del hemisferio norte, que incluye a Europa, Estados Unidos y China, sería la más afectada. La producción agrícola disminuiría entre un 20 y un 50 % en estos países.

    Se desencadenaría, por tanto, una hambruna con impactos a nivel global que duraría unos 15 años. Pasado este tiempo, volveríamos al escenario de cambio climático actual.

    Guerra mundial nuclear

    Un conflicto nuclear a gran escala entre los Estados Unidos y Rusia en el que se empleasen 4 400 bombas de 100 kt (kilotones, equivalentes a miles de toneladas de TNT) inyectaría a la estratosfera 150 millones de toneladas de aerosoles. Esto disminuiría la radiación solar y la temperatura del mar bajaría 6,4 ℃. Estamos hablando de un escenario en el que solo se usaría en torno a la mitad del arsenal atómico actual.

    A nivel global, dos años después de la guerra, la producción de alimentos disminuiría en un 80 %. Dichas reducciones serían también más acusadas en la zona templada del hemisferio norte, donde llegarían al 99 %.

    De forma directa, fallecerían 770 millones de personas tras las bombas (muchas de ellas serían vaporizadas). Los supervivientes se enfrentarían a un invierno nuclear. En la zona templada, tendríamos menos del 1 % de los alimentos que actualmente se producen.

    Cabe destacar que, probablemente, la especie humana sobreviviría a semejante escenario nuclear. No se trata de un cataclismo comparable, por ejemplo, al causado por el meteorito de Chicxulub, que acabó con los dinosaurios a finales del cretácico. En ese caso, se emitieron más de 1 500 millones de toneladas de hollín.

    Rivalidad regional y nacionalismo exacerbado

    El escenario de guerra nuclear es sin duda un escenario extremo y se debe evitar a toda costa. Lo que ya está pasando a día de hoy es que el mundo occidental está tratando de aislar económicamente a Rusia, y no sabemos todavía cómo reaccionarán las otras potencias mundiales. Cabe esperar que disminuya la cooperación internacional y que se produzca un aumento en la rivalidad entre regiones.

    No solo las políticas de Putin, sino que muchos de los líderes regionales o nacionales actuales o recientes se encuadran dentro del escenario que el IPCC califica como SSP3. Se trata de un escenario donde, en palabras de sus creadores, se produce un “nacionalismo resurgente”.

    En este escenario, las grandes potencias se centran principalmente en sus necesidades domésticas de seguridad alimentaria a corto plazo y en la seguridad nacional. Se abandonan los pactos climáticos actuales, junto con las mejoras tecnológicas y de educación. La degradación ambiental cobra poca importancia en un mundo dividido.

    No sabemos si nos encontraremos con este escenario climático tras la guerra, pero es una consecuencia esperable de un cisma entre Occidente y Oriente. En estas circunstancias, nos encontraríamos con una intensificación del cambio climático. A día de hoy, con los acuerdos que están aprobados, la temperatura global a nivel medio aumentaría 2,7 ℃ a final de siglo. Bajo el escenario de nacionalismo resurgente, la temperatura aumentaría hasta los 4 ℃.

    Estamos hablando de la temperatura media global. Esto quiere decir que en algunas zonas el calentamiento podría llegar a ser de 7 ℃.

    Las simulaciones climáticas nos enseñan que el precio de una escalada nuclear o el de un resurgimiento nacionalista es la seguridad alimentaria (aunque en grados diferentes, obviamente). Una escalada bélica no solo no salvaría a nuestros vecinos de Ucrania, sino que además comprometería la disponibilidad de alimentos en otras partes del mundo. Debemos por tanto disminuir, y no aumentar, el número de países que participan en esta guerra.

    Fuente: Profesor de Incendios Forestales y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida