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Incendios forestales

  • ¿Sirven para algo los cortafuegos?

    Cortafuegos en Sierra Nevada. Shutterstock / javi4x4

    Apenas había incendios forestales en la España de principios del siglo pasado. En ese país de montañas desnudas, el problema era las inundaciones. Y es que cualquier tormenta podía convertir un riachuelo escuálido en un torrente iracundo y amenazante para quienes vivían aguas abajo. Pero poco a poco ese paisaje se fue transformando.

    Los montes se repoblaron con árboles y se despoblaron de personas. Las inundaciones dejaron de ser frecuentes porque la creciente vegetación frenaba las crecidas del agua. Y fue entonces cuando aparecieron los incendios. Si la falta de cobertura arbórea había favorecido las inundaciones, su recuperación aportó el combustible necesario para que las llamas corrieran a sus anchas. El problema del fuego sustituyó al del agua.

    Nace la prevención forestal

    En la década de los 50, los incendios empezaron a ser problemáticos. En la de los 60, el problema trascendió a la opinión pública. En 1966, por ejemplo, un incendio puso en jaque la estación espacial que la NASA tiene en Robledo de Chavela (Madrid Deep Space Communications Center), donde se recibían las primeras imágenes de la luna vía satélite.

    Fue entonces cuando se ejecutaron, por primera vez, acciones de prevención como las fajas cortafuegos. Transcurridos sesenta años desde aquel momento, parece lícito preguntar por qué han seguido aumentando los incendios y si las medidas tomadas resultaron inútiles.

    Los cortafuegos son infraestructuras lineales dispuestas sobre antiguos caminos, o cerca de las líneas de cumbres, donde se elimina toda vegetación. Su función no es la de extinguir un incendio. Más bien aportan puntos de anclaje para las operaciones de extinción y también sirven como rutas de evacuación o para desplazamientos.

    Los cortafuegos actuales están por tanto diseñados para los incendios que había en la España de los 60 y fueron muy eficaces contra ellos. Pero la despoblación siguió en aumento y los bosques siguieron creciendo carentes de todo cuidado cultural. Ello incrementó la cantidad de combustible y su continuidad y, en consecuencia, también aumentó la intensidad con la que ardían los incendios.

    Frente a esa realidad cambiante, los cortafuegos se quedaron anticuados rápidamente. Los incendios de los años 70 y 80 cobraron suficiente envergadura como para “saltar” esas infraestructuras lineales. Es decir, partículas pequeñas como trozos de corteza, ramillas o piñas inflamadas salían disparadas al otro lado del cortafuegos y generaban nuevos focos.

    Y las catástrofes no tardaron en llegar: veintiuna personas murieron calcinadas al quedarse atrapadas en un incendio que arrasó una urbanización en Lloret de Mar en 1979.

    El 7 de agosto de 1979 un incendio en Lloret de Mar (Girona) costó la vida de 21 personas. Quaderns d'Història de Lloret.

    Entonces se promovieron campañas de sensibilización (el famoso “Todos contra el Fuego”) y, sobre todo, se aportaron más recursos para la extinción: Más aviones, más medios y más tecnología.

    Capacidad de extinción desbordada

    Esta respuesta resulta paradójica, cuanto menos, ya que no es necesario que el incendio cobre una envergadura excepcional para que su extinción resulte inabordable. Y es que cuando las llamas sobrepasan los dos metros y medio de longitud, la energía que desprende el incendio es tal que se supera la capacidad de extinción. Y cuando las llamas aumentan por encima de los tres metros y medio, el incendio puede generar deflagraciones y comportamientos eruptivos como el del fatídico incendio de Guadalajara de 2005, con once fallecidos.

    Podemos disponer de más aviones, pero no podemos doblegar las leyes de la física: si los incendios de mediana intensidad quedan más allá de la capacidad de extinción, la solución no puede estar en el aumento de medios extinción. Pero no bucamos alternativa.

    Y los bosques y la superficie forestal siguieron creciendo y en este s. XXI, además, nos está arrollando un cambio climático que aumenta día tras día la sequía. Una sequía amplificada por el estado de abandono de nuestros bosques: si disminuyen las reservas de agua, es menester disminuir el número de árboles que hay en el bosque para así limitar la competencia hídrica y por tanto mejorar el estado de la masa forestal.

    Además, la expansión del bosque en zonas urbanas y periurbanas convierte a numerosas urbanizaciones, cámpings y demás en verdaderos polvorines.

    Y así es como hemos llegado a la situación actual en la que el número de fallecidos por incendios en los últimos 13 años (473) es mayor que el número de víctimas mortales en atentados terroristas (448). En 2017 vivimos, por primera vez en Europa, los llamados incendios de sexta generación, que generan verdaderas tormentas ígneas capaces de consumir más de diez mil hectáreas por hora. Es decir, incendios capaces de devorar áreas del tamaño de Guipúzcoa en cuestión de horas.

    Cabe esperar que el problema de los incendios se acentúe todavía más. Nuestros modelos indican cómo es más que probable que el fuego invada espacios en los que actualmente es marginal, como Pirineos o los bosques del Centro de Europa, en apenas unas décadas (en el mejor de los casos). Megaincendios forestales como los de Canadá o Sidney ya no son impensables en nuestro continente.

    A pesar de todo esto, sería injusto e incorrecto decir que las fajas cortafuegos no han servido para nada. Desempeñan una función importante, como ya hemos apuntado antes. Pero son insuficientes.

    Ingeniería forestal

    Aparte de los cortafuegos, existen otras técnicas que resultan útiles para disminuir el riesgo de incendios de forma puntual. Áreas cortafuegos, puntos estratégicos de gestión, franjas de protección y un largo etcétera conforman el abanico de opciones que nos da la ingeniería forestal para disminuir el riesgo de incendios. Su aplicación resulta absolutamente imprescindible para proteger a la población sobre todo en ciertos ambientes periurbanos.

    Pero la clave está en entender que, físicamente, un fuego con llamas mayores de dos metros y medio está fuera de la capacidad de extinción, independientemente de la cantidad de medios invertidos. Por tanto, nuestro esfuerzo se debe centrar en desarrollar estructuras de paisaje donde esas llamas no se puedan desarrollar o que, si lo hacen, sea solo en zonas concretas y fáciles de aislar. Es decir, fomentar los paisajes en mosaico y disminuir las emisiones de gases con efecto invernadero. Algo que debería ser posible con las medidas mitigadoras del cambio climático.

    Fuente:   Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

     

  • Beneficios de no cortar los árboles después de un incendio

    Paisaje quemado tras un incendio en Navarra, 2022. JMGarcestock / Shutterstock

     

    Este verano Europa ha sufrido un número importante de grandes incendios. Los ingredientes principales que han convertido igniciones, tanto antrópicas como por rayos, en grandes incendios han sido la gran densidad y continuidad de la vegetación (producto del abandono rural y de las grandes plantaciones mal gestionadas) y las largas e intensas olas de calor (producto de nuestra inacción climática).

    Después de un incendio en un bosque, una pregunta recurrente es: ¿qué es mejor, cortar los árboles muertos o dejarlos en pie?

    Una perturbación después de otra perturbación

    Evidentemente, la gestión posterior al incendio dependerá del objetivo. No se gestionarán de la misma manera plantaciones o bosques productivos donde se quiere aprovechar económicamente la madera (aunque la madera quemada suele tener poco valor económico), que bosques donde se quiere maximizar la conservación de la biodiversidad y la regeneración del ecosistema (los árboles quemados sí tienen valor ecológico).

    Desde el punto de vista ecológico, cortar los árboles y extraer la madera quemada constituye una perturbación después de otra perturbación (es decir, una perturbación compuesta) y puede tener consecuencias negativas para la biodiversidad y la regeneración del ecosistema.

    Beneficios de no cortar los árboles

    Aquí se listan algunos de los posibles beneficios para el ecosistema y la biodiversidad de dejar en pie los árboles muertos en un bosque que ha sufrido un incendio reciente.

    Evidentemente, cada bosque quemado es diferente, y el papel relativo de cada uno de estos beneficios puede variar de un lugar a otro dependiendo de muchos factores (severidad del fuego, tipo de vegetación, edad, densidad, posición topográfica, historia previa, etc.). Pero, en cualquier caso, se deberían considerar estos beneficios potenciales antes de decidir cortar los árboles:

    1. Fuente de alimento

     

    Marcas dejadas por los picapinos en un tronco quemado. Juli G. Pausas, Author provided.

     

    Los árboles muertos son alimento y hábitat de una gran diversidad de hongos e insectos (xilófagos y saprófitos), que a su vez son alimento de otros animales como las aves. Por lo tanto, mantienen una red trófica que ayuda a la regeneración del ecosistema. Cabe recordar que los escolítidos, unos pequeños escarabajos que pueden generan plagas en coníferas, no se alimentan de árboles muertos.

    2. Fuente de materia orgánica

    Los árboles muertos son una fuente de materia orgánica y nutrientes necesaria para el reciclado de los ecosistemas (los ciclos biogeoquímicos). Su extracción supone una pérdida de fertilidad para el ecosistema.

    3. Lugar de anidamiento

    Los árboles muertos son imprescindibles para la reproducción en algunas especies que construyen sus nidos en cavidades de los troncos. Ejemplos emblemáticos de aprovechamiento de árboles muertos por incendios son las diferentes especies de picapinos.

    4. Refugio y dispersión de semillas

    Muchos animales forestales utilizan los bosques quemados, incluidos pequeños vertebrados que encuentran cierta protección frente a la depredación por rapaces.

    Algunos vertebrados ayudan directamente a la regeneración de la vegetación. Por ejemplo, muchas aves frugívoras defecan semillas mientras se posan en árboles quemados (efecto percha), contribuyendo así a la dispersión de semillas y la regeneración de la zona incendiada.

    Otro ejemplo lo constituyen los arrendajos, que utilizan bosques quemados (y no los matorrales o bosques cortados) para esconder bellotas. Por eso son clave para el incremento de las quercíneas (carrascas, robles y alcornoques). Al ser estas especies rebrotadoras, aumentan la resiliencia de los ecosistemas.

    5. Protección frente a la erosión

    Las copas de los árboles quemados disminuyen el impacto de las gotas de lluvia en el suelo y, por lo tanto, disminuyen el potencial de erosión posincendio.

    6. Retención de humedad

    Los bosques quemados pueden retener nieblas y, por lo tanto, mantener mayor humedad en el ecosistema, contribuyendo así a una mejor regeneración.

    7. Rebrote

    En el caso de las especies de árboles con capacidad de rebrotar, mantenerlos en pie permite la posibilidad de rebrotes de copa o tronco (rebrotes epicórmicos) en algunos individuos y algunas especies. Esto permite una regeneración del bosque mucho más rápida.

    8. Reducción de la intervención humana

    Mantener un bosque quemado evita la entrada de maquinaria pesada y el arrastre de troncos. Estas acciones pueden tener un efecto negativo en el suelo y en la regeneración incipiente, incluso pueden generar inicios de cárcavas. Mantener un bosque quemado también reduce el gasto económico.

    En general, dejar en pie los árboles en un bosque quemado permite mantener un ambiente semiforestal beneficioso para la regeneración y el funcionamiento del ecosistema forestal. Por el contrario, la corta de los árboles muertos beneficia a especies de matorrales y ecosistemas abiertos.

    Alternativas intermedias

    Una solución que a menudo se ha propuesto es la de cortar los árboles y extraer la madera, pero dejando un porcentaje de árboles en pie. Esta solución permite mantener algo de madera muerta que puede beneficiar a algunos insectos y al reciclado de cierta cantidad de materia orgánica y nutrientes (típicamente un porcentaje bajo). Pero como se suele dejar una densidad baja de árboles en pie, tendrán más riesgo de ser derribados por el primer vendaval o nevada.

    Otra solución es cortar pero no extraer la madera (o al menos dejar el ramaje), de manera que se mantienen intactos algunos beneficios (materia orgánica y nutrientes, y la reducción de la erosión).

    En ambas alternativas normalmente se pierde el ambiente semiforestal de un bosque quemado y, por lo tanto, también se pierden muchos otros de los beneficios arriba mencionados.

    ¿Pueden facilitar nuevos incendios?

    A veces, la razón por la que se cortan y extraen los árboles muertos es la de disminuir la biomasa seca que podría ejercer de combustible en un segundo incendio. Pero este incremento de la probabilidad de un segundo incendio es a menudo incierto, especialmente porque justo después del incendio no hay suficiente biomasa fina para otro fuego. Y al cabo de unos pocos años, a menudo el matorral o bosque joven ya es muy inflamable pudiendo ser la contribución relativa de los árboles muertos poco importante.

    Una solución es cortar y extraer un porcentaje de los árboles muertos después de al menos un año o más del incendio. Se enfocaría en zonas donde la regeneración ya está asegurada. Esto puede reducir el impacto negativo de la corta.

    Árboles quemados para retener el suelo

    En un incendio a menudo se pueden observar zonas concretas donde la probabilidad de pérdida de suelo será elevada (por ejemplo, debido a las altas pendientes, suelo arenoso, vegetación preincendio muy pobre, etc.). Como la pérdida de suelo es lo peor que puede ocurrir después de un incendio (el suelo tarda muchísimo en regenerarse), en estas áreas se requieren actuaciones urgentes para evitarlo.

    En estos casos, parece justificado cortar árboles quemados y utilizarlos para retener el suelo. Se pueden utilizar las ramas, los troncos en fajinas o hacer pequeños diques de contención. Pero se debe evitar generalizar estas actuaciones a toda la zona quemada si no es realmente necesario. Por ejemplo, no tiene sentido realizarlas en zonas con poca pendiente, en suelos muy pedregosos, en zonas con bancales bien conservados, o en zonas con abundantes plantas rebrotadoras.

    Valorar las consecuencias antes de actuar

    Vivimos en un entorno con vegetación inflamable y un paisaje y un clima cada vez más propensos a incendios debido a la acción humana.

    Para mejorar nuestra convivencia con el fuego, es importante mejorar al máximo la gestión posincendio. El gestor debe balancear los criterios socioeconómicos y ecológicos antes de realizar cualquier acción. Y sea cual sea la decisión, sería deseable evaluar el posible impacto del tipo de intervención seleccionado y, si es necesario, rectificar en la medida de lo posible.

     

    Autor:Juli G. Pausas.Investigador, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

    Cláusula de Divulgación.Juli G. Pausas recibe fondos del Ministerio de Ciencia e Innovación del Gobierno de España, así como de la Generalitat Valenciana, y de la Comisión Europea.

    Publicadoen The Conversation el 5 de septiembre de 2022.

     

     

     

     

     

  • Cómo adaptarnos a la nueva realidad de incendios

     5 - 7 minutos

    Steve Photography / shutterstock

    Hace 40 millones de años, la Antártida estaba cubierta de grandes bosques. Y hace 25 000 años, media Europa estaba cubierta de hielo y la otra media eran estepas frías. Gracias a la paleontología hoy sabemos que la vegetación de todo el mundo ha ido cambiando según han ido sucediendo cambios climáticos. Ya lo decía Humboldt, la vegetación y el clima están ligados.

    Si ahora, con nuestra inacción climática, hemos aceptado que cambie el clima, debemos aceptar también que cambie la vegetación. Es iluso querer conservar la vegetación del siglo XX con el clima del siglo XXI. Igualmente, la gestión forestal del siglo XXI no puede ser como la del siglo XX, cuando el clima era menos árido.

    Concentración de CO₂ en la atmósfera (en ppm) a lo largo de los años (de 1960 a 2020). En colores se muestra el incremento de temperaturas a escala global (climate stripes). También se indican las diferentes reuniones internacionales realizadas para debatir sobre el cambio climático. Tadzio Mueller / Wiebke Witt / Marius Hasenheit / Sustentio, CC BY

    Los grandes incendios forestales

    Los grandes incendios no se producen por una sola causa. Se producen por la coincidencia de igniciones en periodos de sequía y condiciones meteorológicas adversas (olas de calor, viento), en zonas con vegetación continua y fácilmente inflamable. Estas zonas a menudo son matorrales y vegetación en etapas tempranas después del abandono rural (incluidos bosques jóvenes) o plantaciones densas no gestionadas apropiadamente.

    El cambio climático interviene en la ecuación porque extiende la estación propensa a incendios, agudiza las sequías, incrementa la mortalidad de plantas (y la biomasa seca) e incrementa la frecuencia de condiciones meteorológicas favorables a los incendios (por ejemplo, olas de calor).

    Pero el gran incremento de incendios que se ha dado en la historia reciente de España ha sido independiente del cambio climático, y asociado principalmente al abandono rural. La disminución de la agricultura, del pastoreo y de la recolección de madera, y la falta de gestión en plantaciones forestales, generan paisajes más continuos y homogéneos donde el fuego se propaga fácilmente. En estos paisajes, el papel relativo del clima en los incendios aumenta a medida que dejamos que avance el cambio climático.

    La vegetación que aparecerá después de sequías e incendios recurrentes será diferente a la actual, porque muchas especies pueden no estar adaptadas a esos nuevos regímenes climáticos y de incendio. Presumiblemente la nueva vegetación será menos densa y menos forestal, y con cambios en la composición de especies.

    Podemos dejar que las sequías y los incendios vayan adaptando los pasajes al nuevo clima. El problema es que esos grandes incendios pueden tener consecuencias sociales y económicas. Una alternativa es adelantarse a los incendios.

    ¿Qué podemos hacer?

    Para evitar esos grandes incendios que perjudican a la sociedad, debemos adaptar nuestro paisaje y nuestro comportamiento a las nuevas condiciones ambientales. Esto incluye generar paisajes que sean más resilientes al régimen climático y de incendios que viene. Para ello, podemos poner en marcha estrategias como las siguientes:

    1. Generar paisajes heterogéneos

    Las discontinuidades en el paisaje y los mosaicos agroforestales reducen la propagación de incendios. Esto es especialmente importante en zonas cercanas a las poblaciones humanas. Hay diversas estrategias para alcanzar este objetivo, por ejemplo:

    Todas estas herramientas no son excluyentes; se pueden combinar según las distintas características socieoconómicas y del terreno. Ciertamente, estimular el mundo rural es fácil de decir, especialmente desde el mundo urbano. Pero en España, por ejemplo, no es evidente que haya suficiente población dispuesta a volver a la vida rural como para generar un cambio significativo en el paisaje. Quizás podría ayudar una política de inmigración que ofreciera esa posibilidad a personas que llegan en busca de condiciones mejores a las que se dan en sus países de origen.

    Paisaje en la zona de Gátova (Valencia) después de un incendio en el verano de 2017. Alternar cultivos en zonas de monte (mosaicos agroforestales) ayuda a frenar su propagación. Juli G. Pausas, Author provided

    1. Aprender a convivir con los incendios

    Eliminar los incendios de nuestros paisajes es imposible y contraproducente, especialmente en el marco del cambio climático. El reto de la gestión es crear condiciones que generen regímenes de incendios sostenibles tanto ecológica como socialmente.

    Enfocar las políticas de gestión de incendios únicamente a la extinción puede generar incendios grandes e intensos. Es más sostenible tener muchos incendios pequeños y poco intensos, que pocos incendios de grandes dimensiones e intensos.

    Para alcanzar estos objetivos se requiere profesionalizar a los actores que intervienen en la prevención y extinción de los incendios forestales. Son ellos quienes pueden generar los regímenes de incendios sostenibles, pero en muchas ocasiones trabajan en condiciones precarias.

    1. Minimizar y asumir riesgos

    Debemos evitar construir viviendas e infraestructuras en zonas con bosque mediterráneo altamente inflamable y reducir al máximo la interfaz urbano-forestal. Esto no solo reduce el peligro para las personas e infraestructuras, también reduce las igniciones. Entre los mecanismos para conseguirlo se incluyen la recalificación de terrenos (a no urbanizables) y la implementación de tasas (disuasorias) por construir en áreas con alto riesgo de incendios (pirotasas), entre otras.

    En zonas ya construidas, es necesario asegurar que se realizan tareas de autoprotección, como la implementación de franjas de seguridad con poca vegetación (o con cultivos) alrededor de las viviendas, o incluso implementar sistemas de riego prescrito. Es importante asegurar que las viviendas tengan seguro contra incendios forestales, y que no esperen que los bomberos necesariamente las protejan. Hay que asumir riesgos, responsabilidades y costes si se desea vivir en medio de paisajes altamente inflamables en lugar de en una zona urbana.

    Durante olas de calor, sería conveniente reducir la movilidad en el monte y en zonas de interfaz (urbano-forestal y agrícola-forestal) para minimizar el riesgo de igniciones.

    Ejemplo de interfaz urbano-forestal en un paisaje altamente inflamable en la Costa Brava (Platja d’Aro, Barcelona). Viviendas en una matriz forestal altamente inflamable como es este caso pronto o tarde se verán afectadas por un incendio; es cuestión de tiempo. Google Maps

    1. Conservar los bosques y los humedales

    Debemos conservar y restaurar los bosques en los microhábitats húmedos (refugios), para incrementar su resiliencia a los cambios en el clima.

    Hay que potenciar la restauración de humedales y otros ecosistemas litorales que, aparte de los beneficios para la biodiversidad, mantienen el ciclo del agua y contribuyen a la conservación del clima.

    La degradación de la costa (por la desecación de los humedales y la sobreurbanización) contribuye a la reducción de la precipitación y al incremento de gases de efecto invernadero (vapor de agua). Potenciar vegetación en zonas urbanas (jardines, árboles en las calles) también contribuye a la conservación del clima, además de mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

    1. Restaurar con especies vegetales más resistentes

    La restauración no ha de tener como referencia el pasado, sino el futuro. En proyectos de restauración y en plantaciones, se deben utilizar especies (o poblaciones de las mismas especies) más resistentes a la sequía y a los incendios que las que había con anterioridad. Por ejemplo, especies y poblaciones que actualmente se encuentran en zonas más secas o con más incendios. Esto sería más sostenible que utilizar las estaciones de alta calidad forestal que se utilizaban con el clima del siglo pasado.

    1. Reducir el consumo de combustibles fósiles

    Esto es clave para frenar el aumento de gases de efecto invernadero, y así reducir la velocidad del cambio climático y la frecuencia de las olas de calor.

    Este verano tenemos grandes incendios principalmente en el oeste del Mediterráneo, y el verano pasado los tuvimos en el este, acorde con la distribución de las olas de calor de cada año. No hay ninguna novedad ni sorpresa en ello. Está todo dentro de lo esperado si seguimos sin adaptar el paisaje y nuestro comportamiento a las nuevas condiciones del siglo XXI. El fuego y las sequías lo harán por nosotros.

    Fuente: Juli G. Pausas, Investigador, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).

  • De crecer bajo tierra a autopodarse: los secretos de las plantas para sobrevivir a las llamas

     4 - 5 minutos

    Julia Senkevich / Shutterstock

    Cada año, el fuego arrasa amplias zonas en cada vez más países. Destruye los bosques, afecta gravemente a las vidas de los afectados e incluso acaba definitivamente con algunas de ellas. Parece ser que esta situación no va a ir a mejor en los próximos años y el aumento de las temperaturas y de los periodos de sequía, como consecuencia del cambio climático, no va a mejorar la situación.

    Pero si el fuego arrasa con todo, ¿cómo consiguen las plantas sobrevivir y comenzar de nuevo con la formación de los bosques perdidos? Un estudio publicado en la revista Oikos por un investigador español del Centro de Investigaciones sobre Desertificación (Valencia) nos muestra varias de las estrategias que siguen las plantas para renacer tras un incendio.

    Plantas a prueba de fuego

    La primera estrategia (y la mas efectiva) es evitar tener que enfrentarse nunca al fuego. ¿Cómo lo consiguen? Muy fácil: crecen en sitios donde el fuego jamás será capaz de llegar. Por ejemplo, en las paredes de un barranco, en zonas encharcadas de forma continua o incluso bajo el agua.

    Los manglares tienen sus raíces siempre bajo el agua. Lamiot / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Si tienen que vivir en un hábitat propenso a incendios, las plantas pueden seguir otras estrategias. Algunos arbustos y árboles crean cortezas muy gruesas que intentan proteger lo máximo posible el interior de la planta. En todos los casos, los órganos más indefensos ante el fuego siempre son las hojas.

    Únase y apueste por información basada en la evidencia.

    Ante esta debilidad, muchos árboles (como algunos pinos) se autopodan, haciendo que sus ramas inferiores se caigan. De esta forma, solo llamas de gran altura podrán afectar a sus hojas. Otras plantas pueden mantener brotes bajo tierra (e incluso protegidos con otros tejidos vegetales) para renacer si el fuego acaba con las plantas adultas.

    Pinus sylvestris, una especie de pino propensa a autopodarse. Clément Godbarge / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Semillas que nacen al calor de las llamas

    Pero el fuego no es algo negativo para todas las plantas, hay especies que realmente lo necesitan para poder surgir y desarrollarse. Este es el caso, por ejemplo, de las jaras. No es casualidad que las jaras sean de las primeras plantas en colonizar el terreno tras un incendio.

    Las semillas de jara caen al suelo y se mantienen enterradas durante varios años, en un estado de inactividad denominado dormancia. Cuando un incendio arrasa el bosque, el fuego provoca que estas semillas alcancen elevadas temperaturas, lo que provoca que se despierten. De esta manera, germinarán rápidamente y podrán establecerse en un nuevo hábitat rico en nutrientes (toda la ceniza del incendio) y en ausencia de plantas competidoras.

    Flores de jara (Cistus ladanifer). SABENCIA Guillermo César Ruiz / Wkimedia Commons, CC BY-SA

    A pesar de las estrategias señaladas, muchas especies vegetales resisten muy poco el fuego y son eliminadas totalmente de los bosques tras el incendio. Si son especies vegetales con facilidad para dispersar sus semillas, puede que vuelvan a aparecer en poco tiempo en ese mismo lugar, procedentes de otros bosques cercanos. Sin embargo, si resisten poco el fuego y no dispersan sus semillas fácilmente, un incendio puede acabar por completo con estas plantas. Esto provoca la desaparición de especies vegetales en la zona durante varios años o incluso para siempre.

    Aprender a sobrevivir a los incendios

    Todas las estrategias para sobrevivir al fuego son resultado de procesos evolutivos que buscan, por encima de todo, la supervivencia de la especie. Para conseguirlo, las plantas tienen que aprender a hacerlo. Precisamente, un artículo publicado en Proceedings of the Royal Society B por investigadores de la Universidad de Sheffield (Reino Unido) explica cómo las plantas pueden aprender a hacer frente al fuego.

    El estudio fue realizado con cuatro especies diferentes de gramíneas. Se utilizaron dos tipos de parcelas: una parcela que no se había quemado en 35 años y otra parcela que se quemó anualmente durante dos años. En ambas parcelas crecían de forma natural las cuatro especies de gramíneas analizadas. Lo que hicieron estos investigadores fue coger esas gramíneas y trasplantarlas a macetas en un invernadero, para estudiar su evolución bajo condiciones controladas.

    Una de las gramíneas utilizadas en el estudio (Melica racemosa). Nova Agnieszka Kwiecień / Wikimedia Commons, CC BY-SA

    Al cabo de un año, determinaron que las plantas sometidas a incendios anuales producían más semillas y más biomasa subterránea. Por lo tanto, estas plantas centran sus esfuerzos en dispersar su progenie lo máximo posible y en crecer donde menos afecta el fuego (bajo tierra).

    Entonces, todas las plantas se quemaron y se dejaron que volvieran a brotar por sí solas. De esta forma, los investigadores descubrieron que las plantas que eran sometidas a incendios continuos crecían mucho más rápido tras ser quemadas (a partir de los brotes enterrados).

    Las plantas habían aprendido que crecer bajo tierra era fundamental para poder sobrevivir en un lugar sometido a tantos incendios. Habilidad que sus compañeras, inexpertas ante el fuego, no habían adquirido.

    A pesar de que hay plantas que han aprendido a sobrevivir a los incendios, muchas otras no lo han hecho. El fuego representa un enemigo insaciable para el ser humano y todos los seres vivos del bosque. Por eso, debemos hacer todo lo posible para evitar su propagación en los bosques.

    Fuente: Jorge Poveda Arias,Profesor Ayudante Doctor. Biotecnología y Agricultura, Universidad Pública de Navarra

  • El cambio climático ha aumentado el riesgo de incendios, pero aún podemos influir en cómo y dónde se producen

    Stefan Doerr, Author provided

    Debido a las actividades humanas, los niveles de CO₂ en la atmósfera son ya un 50 % más altos que en la época preindustrial, a pesar de una reducción momentánea en las emisiones de gases de efecto invernadero durante la pandemia. Como resultado, el mundo ya se ha calentado 1,1 °C en promedio, y estudios recientes indican que estamos en camino hacia los 2,7 °C de calentamiento para finales de este siglo.

    A medida que el clima se calienta, los episodios de sequía, altas temperaturas y baja humedad se vuelven más frecuentes y extremos. Además de tener importantes impactos en la sociedad, la producción de alimentos y la economía, estos fenómenos meteorológicos también elevan el riesgo de incendios forestales.

    El cambio climático está secando la vegetación, haciendo que los paisajes sean más inflamables y aumentando así la probabilidad de que se produzcan incendios más grandes y peligrosos. Los cambios en las condiciones meteorológicas propicias a incendios se pueden medir utilizando índices de pirometeorología (en inglés fire weather indexes), que clasifican el nivel de riesgo de incendios forestales bajo un conjunto dado de condiciones atmosféricas (temperatura, humedad, lluvia y viento).

    En un nuevo análisis global hemos descubierto que, en muchas regiones del mundo, las condiciones meteorológicas propicias a incendios están aumentando a un ritmo incluso superior al estimado por los modelos climáticos.

    Temporadas de incendios más largas y extremas

    En nuestro estudio utilizamos observaciones meteorológicas y modelos climáticos para evaluar las tendencias pasadas, presentes y futuras en las condiciones pirometeorológicas y así poder entender mejor cómo está cambiando el riesgo meteorológico de incendios tanto a nivel global como en países y regiones específicas.

    También analizamos resultados de otras investigaciones recientes para evaluar cómo cambios en condiciones meteorológicas y climáticas, pero también en los usos del suelo y la cubierta vegetal, influyen en los incendios que se producen y se producirán en el futuro.

    Nuestros resultados indican que la duración de la temporada de incendios –periodo del año en que la mayoría de los incendios ocurren– ya ha aumentado significativamente en muchas regiones del mundo desde la década de 1980. En promedio, la temporada de incendios se ha alargado un 27 % a nivel mundial, con aumentos particularmente pronunciados en la cuenca mediterránea (55 %) la Amazonía (94 %), y los bosques occidentales de América del Norte(70 %).

    Además, la cantidad de días con riesgo meteorológico de incendios extremos ha aumentado un 54 % a nivel mundial, y unos escalofriantes 132 % en la cuenca mediterránea y 166 % en la Amazonía. Debido a esto, incendios más grandes, intensos, y difíciles de contener son ahora más probables que en el pasado. Esta es una de las razones por las que algunos de los incendios recientes en el oeste de los EE. UU. y Australia han sido tan extensos y dañinos. Estos incendios extremos, también llamados incendios de sexta generación, megaincendios o tormentas de fuego, ocasionan mayores impactos en los ecosistemas y emiten más CO₂ a la atmósfera.

    Las temporadas de incendios se están ampliando. Los asteriscos señalan el nivel de calentamiento global en el que las condiciones pirometeorológicas no tiene precedentes en comparación con el clima preindustrial. El CMIP se refiere al grupo de modelos climáticos utilizados. Jones et al. (2022), Author provided

    Además, en el futuro, la influencia del cambio climático en el riesgo de incendios aumentará sustancialmente con cada grado adicional de calentamiento global.

    Si las temperaturas globales alcanzan más de 2 °C por encima del promedio preindustrial, las condiciones meteorológicas proclives a incendios sobrepasarán las conocidas en la historia reciente de la mayoría de las regiones del mundo.

    Cada década hay más días con condiciones meteorológicas extremas para los incendios. Jones et al. (2022), Author provided

    Los humanos influimos, y mucho, en la ocurrencia de incendios forestales

    El cambio climático y sus efectos en las condiciones pirometeorológicas no son los únicos factores que determinan cómo y cuándo se producen incendios. Las acciones humanas influyen profundamente en que unas condiciones meteorológicas de riesgo den lugar a un incendio forestal, ya sea favoreciendo o contrarrestando el efecto del cambio climático.

    Los incendios provocados por las personas son especialmente relevantes fuera de los vastos bosques septentrionales de Eurasia y Norteamérica, donde hay una densidad de población muy baja y la mayoría de los fuegos son provocados por rayos. En la mayoría del resto del mundo, chispas procedentes de tendidos eléctricos o de maquinaria agrícola, o el uso inadecuado del fuego en prácticas agrícolas y ganaderas aumentan el riesgo de incendios forestales.

    Pero el ser humano también ha reducido en muchas zonas la probabilidad de que se produzcan incendios, al dificultar la propagación de las llamas en paisajes naturalmente propensos al fuego. Esto incluye, por ejemplo, la conversión de vegetación natural a tierras de cultivo o zonas urbanas y es especialmente visible en sabanas de África, Brasil y norte de Australia, donde la superficie quemada ha disminuido en las últimas décadas.

    El planteamiento habitual de supresión total de incendios en paisajes naturalmente propensos al fuego –aplicado en muchas regiones de EE. UU., Australia y la Europa mediterránea– puede eliminar las llamas durante un tiempo, pero también hace que se acumule combustible vegetal en exceso, lo que contribuye a incendios forestales más graves, especialmente durante épocas de sequías.

    Cambio en la duración de la temporada de incendios (número de días al año) bajo diferentes escenarios de aumento de temperaturas. Jones et al. (2022), Author provided

    Aunque las condiciones climáticas que favorecen los incendios forestales están en una trayectoria ascendente en casi todo el mundo, las acciones humanas mencionadas todavía reducen, o incluso anulan, los factores climáticos en muchas regiones. Esto puede parecer alentador, pero la eficacia de nuestros esfuerzos para contrarrestar el efecto del cambio climático disminuye con cada décima de grado de calentamiento adicional.

    Es difícil predecir cómo la combinación de cambio climático y actividades humanas afectará al riesgo futuro de incendios forestales, pero hay algo muy claro: reducir y revertir la acumulación de CO₂ y otros gases de efecto invernadero en la atmósfera reducirá la aceleración del riesgo de incendio. Las condiciones meteorológicas que favorecen los incendios ya han aumentado más rápido de lo anticipado en muchas regiones y condenar a nuestro planeta a un mayor calentamiento a través de nuestras emisiones sin duda las elevará aún más.

    No mantener el calentamiento global por debajo de los 2 °C, el objetivo mínimo del Acuerdo de París, tiene un precio peligroso: el riesgo de incendios forestales sin precedentes. Lo que hagamos a continuación importa, y mucho.

    Este artículo fue publicado originalmente en inglés

    Fuente: The ConversationStefan H Doerr, Professor of Geography and Director of the Centre for Wildfire Research, Swansea University, Cristina Santín, Investigadora Ramón y Cajal, Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (Universidad de Oviedo -CSIC), John Abatzoglou,Associate Professor of Engineering, University of California, Merced, Matthew William Jones, NERC Independent Research Fellow in Physical Geography, University of East Anglia y Pep Canadell, Chief Research Scientist, Climate Science Centre, CSIRO Oceans and Atmosphere; Executive Director, Global Carbon Project, CSIRO

  • El instrumento MISR de la NASA vigila las columnas de humo de los incendios forestales de California desde el espacio

    2 -3 mintutos

    NASA’s MISR instrument captured smoke plumes from five fires burning in northern CaliforniaEl instrumento MISR de la NASA captó los penachos de humo de cinco incendios que arden en el norte de California. El penacho más alto alcanzó unos 19.685 pies (6.000 metros) de altitud. Créditos: NASA/GSFC/LaRC/JPL-Caltech, Equipo MISR

    Hasta el 24 de agosto, los incendios forestales en el norte de California -incluyendo los incendios McCash, Antelope, River Complex, Monument y Dixie- han calcinado más de 1 millón de acres de tierra (404.685 Hectáreas). El incendio Dixie, el segundo más grande de la historia del estado, ocupa 731.310 acres (295.950 Hectáreas). El 18 de agosto, el instrumento de la NASA Multi-angle Imaging SpectroRadiometer (MISR), a bordo del satélite Terra, tomó nuevos datos que evidencian el humo de estos incendios.

    El instrumento MISR tiene nueve cámaras que observan la Tierra desde diferentes ángulos. La parte derecha de la imagen muestra el humo de los cinco incendios observado por la cámara que apunta hacia abajo. La información multiangular de las imágenes del MISR se utiliza para calcular la altura de los penachos de humo. Los resultados de estos cálculos se muestran en la parte izquierda de la imagen. El humo de las zonas en rojo alcanzó una altura de unos 9.840 pies (3.000 metros). El penacho más alto cerca de los incendios activos alcanzó aproximadamente 19.685 pies (6.000 metros). En general, los penachos de mayor altitud transportan el humo a mayores distancias del origen, afectando a las comunidades a favor del viento. En las últimas semanas, el humo de los incendios en el oeste de Estados Unidos y Canadá ha afectado a gran parte de la costa este.

    El cálculo de la altura del penacho de humo se realizó utilizando la herramienta de software MISR INteractive eXplorer (MINX), de acceso público. El proyecto MISR Plume Height Project mantiene una base de datos de alturas de penachos de humo a nivel mundial, a la que se puede acceder aquí.

    El MISR fue construido y gestionado por el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA, en el sur de California, para la Dirección de Misiones Científicas de la NASA en Washington. La nave espacial Terra está gestionada por el Centro de Vuelo Espacial Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland. Los datos del MISR se obtuvieron del Centro de Datos de Ciencias Atmosféricas del Centro de Investigación Langley de la NASA en Hampton, Virginia. El JPL es una división de Caltech en Pasadena.

    Fuente:  Jane J. Lee / Ian J. O’Neill Jet Propulsion Laboratory, Pasadena, Calif. 818-354-0307 / 818-354-2649 Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. / Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.  Written by Esprit Smith, NASA’s Earth Science News Team

     

     

  • El viaje sin fronteras de los contaminantes de un incendio forestal

     

    Los incendios forestales se producen en todo el planeta y afectan a todo tipo de ecosistemas, aunque las regiones con clima mediterráneo se encuentran entre las más afectadas y son consideradas áreas de alta probabilidad de ocurrencia de incendios. Sus inviernos húmedos y templados facilitan el crecimiento de la vegetación (combustible) y los veranos cálidos y secos disminuyen la humedad del combustible hasta niveles que facilitan la ignición.

    Además, las condiciones meteorológicas influyen en el inicio, desarrollo y severidad de un incendio. Con altas temperaturas, baja humedad relativa y fuerte viento, la extinción puede ser muy complicada y dar paso a un gran incendio (de más de 500 hectáreas).

    En España, en las últimas décadas, el número de incendios y la superficie quemada tiende a disminuir, pero el número de grandes incendios va aumentando. En 2019 solo fueron el 0,13 % del total de incendios, pero supusieron el 34 % de la superficie total quemada.

    Incendios más frecuentes y severos

    En los últimos años, zonas como el Ártico o Europa central, en las que no son frecuentes los incendios, se han visto afectadas por grandes incendios. En otras, como California, Portugal, Grecia o Chile, la severidad y frecuencia de estos ha sido mayor y han afectado a la población, produciendo muertes y cuantiosos daños materiales.

    Estos cambios se han atribuido a efectos del cambio climático y las previsiones indican que los periodos de alto riesgo de incendios serán más largos y los eventos extremos (olas de calor) más frecuentes. En estos escenarios la probabilidad de grandes incendios forestales que afecten a la población también será mayor.

    Una de las afecciones a la población que se puede producir por un incendio forestal tiene que ver con la alteración de la calidad del aire, ya que se emiten gases y material particulado (PM, por sus siglas en inglés). La naturaleza y cantidad de los contaminantes emitidos vendrá condicionada por las características de la vegetación, las condiciones meteorológicas y la duración del incendio.

    Entre los principales contaminantes gaseosos liberados a la atmósfera destacan el monóxido de carbono (CO), el metano (CH₄), los compuestos orgánicos volátiles (COV, como benceno y tolueno), el óxido nitroso (N₂O) y los óxidos de nitrógeno (NOx), el óxido nítrico (NO) y el dióxido de nitrógeno (NO₂) y el material particulado. Este se clasifica en partículas gruesas (PM₁₀) y finas (PM₂,₅ y PM₁), es decir, partículas de diámetro inferior a 10, 2,5 y 1 μm, respectivamente. También se forma ozono (O₃) al reaccionar contaminantes liberados en el incendio (COV y NOx) en presencia de la luz solar.

    Las dos caras del ozono

    El O₃ que se concentra entre 8 y 15 km sobre el suelo (estratosfera) recibe el sobrenombre de ozono “bueno”, porque desempeña un papel vital en la absorción de los rayos ultravioleta que son dañinos para los seres vivos.

    Sin embargo, al O₃ a nivel del suelo (troposfera) se le ha denominado como ozono malo porque es una sustancia altamente oxidante que ocasiona daños a las personas, a los animales y a las plantas. En los humanos, estos daños van desde el deterioro de la capacidad pulmonar, hasta alteraciones del sistema inmunológico. Además, el O₃ troposférico tiene un alto potencial de oxidación y reacciona fácilmente con muchos compuestos, formando otras moléculas igual o más dañinas.

    ¿Qué incendios hemos usado de ejemplo?

    El verano de 2012 comenzó con dos grandes incendios, de entre los más devastadores del siglo en España, y en los que ardieron alrededor de 50 000 hectáreas. El primero de ellos se inició el 28 de junio en el término municipal de Cortes de Pallás y el segundo, al día siguiente, en el municipio de Andilla-Alcublas, ambos en la Comunidad Valenciana. En cuatro días ardió el 9 % de la superficie forestal de Valencia.

     

    Figura 1. Imagen del fuego a mediodía del viernes 29 de junio de 2012 tomada por el satélite Terra, de la NASA, y difundida por L'Oratge, de la desaparecida cadena pública valenciana.

     

    La columna de humo se pudo ver desde el espacio, como se puede apreciar en la imagen (figura 1) del satélite Terra de la NASA, llegando a las islas Baleares.

    Los contaminantes recorrieron una gran distancia, influenciados por la cantidad de la vegetación quemada, las características del paisaje y, por supuesto, las condiciones meteorológicas.

    Ambos incendios se desarrollaron bajo condiciones meteorológicas propias de una ola de calor: temperaturas cercanas a 40℃, vientos sostenidos de poniente de más de 20 km/h, con rachas de 50 km/h y humedades relativas inferiores al 30 % durante la noche e inferiores al 20 % durante el día.

    Siguiendo la pista a los contaminantes

    Existe una red de vigilancia de la calidad del aire que monitoriza algunos contaminantes comunes del aire, además de algunos parámetros meteorológicos. Esta red cuenta con estaciones automáticas, localizadas por todo el territorio nacional, que llevan a cabo el análisis del aire en tiempo real. Permite conocer las emisiones y saber si la calidad del aire es buena o mala.

     

     
    Niveles del Índice Nacional de Calidad del Aire, medidos por la red de estaciones de monitorización de la calidad del aire. Gobierno para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico

    En la figura 3 se muestran las concentraciones promedio diarias de los contaminantes medidos en dos estaciones de Valencia y otra estación de Palma de Mallorca, desde el 22 de junio (mucho antes de comenzar el incendio) hasta el 3 de julio de 2012.

     
     
    Figura 3. Concentraciones promedio diarias de los contaminantes seguidos en la estación de Forners (Palma de Mallorca) (arriba) y las estaciones de Avenida Francia y Molí del Sol (Valencia) (abajo). Author provided

    Podemos ver cómo se incrementaron las concentraciones para todos los tamaños de partículas medidos por las estaciones, tanto en Valencia como en Palma de Mallorca.

    Desde el 28 de junio hasta, al menos, el día 1 de julio, las PM₁₀ llegaron a alcanzar concentraciones promedio diarias de 73 μg/m³ (50 µg/m³ es el valor límite horario permitido) y las partículas finas, PM₁ y PM₂,₅, alcanzaron concentraciones de hasta 55 y 71 μg/m³, respectivamente (25 μg/m³ era el valor límite anual hasta 2020, después se bajó a 20 μg/m³).

    En Palma de Mallorca se registraron concentraciones de 73 μg/m³ para PM₁₀ y 32 μg/m³ para PM₂,₅. Además, se observó un incremento de la concentración de O₃ (97,8 μg/m³) y CO (0,6 mg/m³), e incluso, de los COV benceno y tolueno (alcanzando valores de 1,9 y 0,4  μg/m³, respectivamente). Aunque hay que decir que no se superaron los valores límites de estos últimos contaminantes.

    ¿Qué debemos hacer?

    Poco se conoce sobre los efectos que las emisiones de gases y partículas producidas durante un incendio en entornos mediterráneos tienen en la población. Se sabe que pueden viajar a grandes distancias y altitudes y detectarse tanto en zonas cercanas como lejanas al incendio.

    Dado el incremento en el número de grandes incendios forestales, su severidad y frecuencia y la cantidad de población afectada, sería de gran interés realizar el seguimiento de las emisiones con repercusión en la calidad del aire y, por tanto, en la población.

     

    Artículo publicado en The Conversation el 29 de julio de 2021 por  Diana Rodríguez Rodríguez y Beatriz Pérez Ramos. Enlace al original: https://bit.ly/2VnS6GY

     

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  • La región más grande y fría de Rusia está en llamas

    3 - 4 minutos

    La región más grande y fría de Rusia está en llamas de nuevo y, este año, los incendios forestales golpean temprano durante el mes de mayo.

    Incluso los estudiantes están en las brigadas de lucha contra el fuego en algunas zonas de Yakutia.

    Yakutia, la región más fría y extensa de Rusia, se ve afectada por los incendios forestales de primavera y principios de verano

    Dos escolares de 13 y 15 años fueron vistos trabajando al borde de un incendio forestal que amenazaba su pueblo natal de Ynakhsyt, en el distrito de Nyurbinsky, en el noroeste de Yakutia.

    Las autoridades locales trataron de negar la participación de los adolescentes, pero más adelante admitieron que los padres les permitieron trabajar junto a los bomberos y los voluntarios.

    El número de incendios forestales en el distrito de Nyurbinsky creció tan rápidamente debido a una larga racha de calor, viento y sequedad que se anunció el estado de emergencia en la zona, con peticiones de ayuda extra tanto en personal como en equipos.

    Los habitantes de al menos dos pueblos tuvieron que ser evacuados al acercarse el fuego a sus casas. Los incendios forestales de principios de verano de 2021 son un infierno en Yakutia, la región más fría de Rusia

    El Ministerio Federal de la Naturaleza de Rusia acusó a las autoridades de la república de minimizar las estadísticas sobre los incendios forestales entre diez y veinte veces. La República de Yakutia afirma que los incendios forestales en el distrito de Nyurbinsky afectaron a 1.057 hectáreas, mientras que nuestros datos demuestran que son más de 20.000 hectáreas", afirma un comunicado del Ministerio de Naturaleza.

    Los vídeos del distrito de Nyurbinsky muestran a los residentes locales intentando impotentemente detener los incendios de la corona desde el suelo, para luego retirarse mientras una poderosa pared de fuego se alza frente a ellos.

     

    Incendios forestales a principios del verano de 2021 en Yakutia, la región más fría de Rusia

    Los primeros incendios se registraron a principios de mayo de 2021. Varias docenas de bomberos y un avión anfibio Be-200 fueron enviados desde la región de Jabárovsk para ayudar en la lucha contra Yakutia, la región habitada más fría del mundo que se extiende a lo largo del Círculo Polar Ártico.

    Más de 4 kilómetros de un cable subterráneo de fibra óptica para telecomunicaciones se fundieron en el incendio del distrito de Vilyuysky, a poca distancia al este del distrito de Nyurbinsky. Un equipo de emergencia no pudo arreglar el cable, porque el lugar seguía en medio de los incendios forestales, por lo que algunos alumnos de la escuela realizaron los exámenes de fin de curso con una conexión de red irregular.

    Daños devastadores para la fauna por los incendios forestales del verano de 2021 en Yakutia. Imagen: Ykt.top

    A varios cientos de kilómetros al este del distrito de Nyurbinsky, los incendios forestales amenazan el asentamiento de Khandyga en el río Aldan con más de 6.000 residentes.

    La advertencia de evacuación fue emitida por el ministerio de emergencias de la república, instando a todos a estar preparados para combatir el fuego o huir.

    A principios del verano de 2021, los incendios forestales se convierten en un infierno en Yakutia, la región más fría de Rusia

    Los primeros incendios forestales del Ártico se registraron en Yakutia, al norte de Srednekolymsk, en el río Kolyma, a principios de junio, un mes antes que el año pasado.

     

    A principios de mayo se detectaron incendios forestales en las afueras de Oymyakon, el lugar permanentemente habitado más frío del mundo.

    Casi el 70% de todos los incendios forestales de Rusia del año pasado se produjeron en Yakutia, según informó el Ministerio de la Naturaleza, con más de seis millones de hectáreas (corresponde a un cuadrado de 245 km de lado) de bosques y campos quemados en 2020.

    La larga e intensa temporada de incendios forestales del año pasado inició un círculo vicioso con depósitos de turba que se incendiaron incluso durante los días más fríos del invierno, para volver a encenderse una vez que se derritió la nieve.

    El Siberian Times informó de que el fuego de turba siguió ardiendo durante todo el otoño lluvioso y frío, y después con temperaturas invernales de -50C en el noreste de Yakutia.

    Fuente: Por el reportero de The Siberian Times10 de junio de 2021

  • Los devastadores incendios forestales provocan emisiones sin precedentes en el hemisferio norte

    3 - 5 minutos

     Miembros: Federación Rusa, Estados Unidos de América, Grecia, España y Turquía 

    El Servicio de Vigilancia de la Atmósfera de Copernicus (CAMS) ha seguido de cerca este verano de incendios forestales extremos en todo el hemisferio norte, incluyendo focos intensos en la cuenca mediterránea y en América del Norte y Siberia. Los intensos incendios dieron lugar a nuevos récords en el conjunto de datos de CAMS, con los meses de julio y agosto en los que se produjeron las mayores emisiones mundiales de carbono, respectivamente. 

    CAMS informa de que no sólo grandes partes del hemisferio norte se vieron afectadas durante la temporada de incendios boreales de este año, sino que el número de incendios, su persistencia e intensidad fueron considerables. 

    Por ejemplo, los incendios forestales de la República de Sajá, en el noreste de Siberia, llevan ardiendo desde junio y sólo empezaron a remitir a finales de agosto, aunque algunos continuaron a principios de septiembre. En América del Norte, algunas zonas de Canadá, el noroeste del Pacífico y California, que llevan sufriendo grandes incendios forestales desde finales de junio y principios de julio y que aún continúan, según el Servicio de Vigilancia Atmosférica Copernicus del ECMWF. 

    Detalles importantes:

    • Las condiciones de sequedad y las olas de calor en el Mediterráneo contribuyeron a crear un foco de incendios forestales con muchos fuegos intensos y se extendieron rápidamente por toda la región, lo que creó grandes cantidades de contaminación por humo. 
    • Julio fue un mes récord a nivel mundial en el conjunto de datos del GFAS, con 1258,8 megatoneladas de CO2 liberadas. Más de la mitad del dióxido de carbono se atribuyó a los incendios de Norteamérica y Siberia. 
    • Según los datos del GFAS, agosto también fue un mes de récord en cuanto a incendios, liberando a la atmósfera unas 1384,6 megatoneladas de CO2 a nivel mundial. 
    • Los incendios forestales del Ártico liberaron 66 megatoneladas de CO2 entre junio y agosto de 2021. 
    • Las emisiones de CO2 estimadas por los incendios forestales en el conjunto de Rusia entre junio y agosto ascendieron a 970 megatoneladas, siendo la República de Sajá y Chukotka las que emitieron 806 megatoneladas. 

    "Es alarmante que las situaciones regionales más secas y calurosas -provocadas por el calentamiento global- aumenten la combustibilidad y el riesgo de incendio de la vegetación. Esto ha provocado incendios muy intensos y de rápido desarrollo. Aunque las condiciones meteorológicas locales influyen en el comportamiento real del fuego, el cambio climático está contribuyendo a crear los entornos ideales para los incendios forestales. También se prevén más incendios en todo el mundo en las próximas semanas, ya que la temporada de incendios en el Amazonas y Sudamérica sigue desarrollándose", dijo Mark Parrington, científico principal. 

    Los incendios forestales se produjeron al tiempo que el hemisferio norte experimentaba su segundo verano más cálido del que se tiene constancia, empatado con el de 2019 y ligeramente por detrás del verano de 2020. 

    La temperatura del hemisferio norte en tierra fue la más alta registrada, superando la ahora segunda más alta establecida en 2016 por 0,20°C (0,36°F), según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos.

     Los incendios forestales provocan emisiones récord

     

    Observaciones por satélite

    Los científicos del CAMS utilizan las observaciones por satélite de los incendios activos en tiempo casi real para estimar las emisiones y predecir el impacto de la contaminación atmosférica resultante. Estas observaciones proporcionan un dato de la producción de calor de los incendios conocido como poder radiativo del fuego (PRF), que está relacionado con la emisión.

    El CAMS estima las emisiones diarias de los incendios a nivel mundial con su Sistema Global de Asimilación de Incendios (GFAS) utilizando las observaciones del FRP de los instrumentos del satélite MODIS de la NASA. Las emisiones estimadas de los distintos contaminantes atmosféricos se utilizan como condición límite de superficie en el sistema de previsión del CAMS, basado en el sistema de previsión meteorológica del ECMWF, que modela el transporte y la química de los contaminantes atmosféricos, para predecir cómo se verá afectada la calidad del aire global hasta con cinco días de antelación. 

    El Centro Europeo de Predicción Meteorológica a Medio Plazo  es el encargado de llevar a cabo este proyecto por encargo de la Comisión Europea, con financiación de la UE.

     

    La temporada de incendios boreales suele durar de mayo a octubre, con un pico de actividad entre julio y agosto. 

    El clima y la calidad del aire

    Los incendios forestales tienen un gran impacto en la calidad del aire en todo el mundo. 

    Un nuevo boletín sobre la calidad del aire y el clima publicado por la OMM, con aportaciones del CAMS, mostró que los extremos meteorológicos impulsados por el cambio climático y medioambiental desencadenaron tormentas de arena y polvo e incendios forestales sin precedentes que afectaron a la calidad del aire en 2020, una tendencia que continúa en 2021. 

    Esto compensó en parte las mejoras en la calidad del aire como resultado de la caída de las emisiones de contaminantes atmosféricos causadas por la crisis económica de COVID-19.

     

    Fuente:

  • Los incendios forestales australianos de 2019-2020 puede que emitieran a la atmósfera más del doble de CO2 de lo estimado hasta ahora

    EL 15 de septiembre de 2021, van der Velde, I.R., van der Werf, G.R., Houweling, S. et al, han publicado en la revista nature, el artículo titulado "Vast CO2 release from Australian fires in 2019–2020 constrained by satellite".

    En este artículo los autores se centran en el estudio de los incendios forestales, muy intensos y extensos, que afectaron al sudeste de Australia durante la temporada de verano austral del 2019-2020, llamando la atención sobre el hecho de que las estimaciones existentes de las grandes cantidades de CO2 emitidas a la atmósfera en estos incendios son bastante inciertas y varían hasta en un factor de cuatro en este caso concreto.

    Los autores han acotado las estimaciones de emisiones con la ayuda de la observaciones de monóxido de carbono realizadas por satélite, aplicando una inversión bayesiana analítica y las relaciones observadas entre las emisiones de dióxido y monóxido de carbono. 

    Han llegado a calcular que las emisiones de carbono podrían haber sido de 715 teragramos (rango 517-867) desde noviembre de 2019 hasta enero de 2020, es decir, más del doble de la estimación derivada de cinco inventarios de incendios diferentes, y en general coherente con las estimaciones basadas en un análisis de arranque de abajo hacia arriba de estos incendios concretos.

    Aunque los incendios ocurren con regularidad en las sabanas del norte de Australia, los episodios recientes fueron extremadamente grandes en escala e intensidad, quemando áreas inusualmente extensas de bosques de eucaliptos en el sureste. Los incendios fueron impulsados ​​en parte por el cambio climático, lo que hace que las estimaciones de emisiones mejor acotadas sean particularmente importantes. Esto se debe a que la acumulación de dióxido de carbono atmosférico puede volverse cada vez más dependiente de la retroalimentación clima-carbono provocada por los incendios, como se destaca en este evento.

    A continuación reproducimos en baja resolución la primera de las figuras del trabajo (el resto se pueden consultar a través del enlace que facilitamos al final).

     

    extended data figure 1

    Fig. 1: Comparación de cinco estimaciones de emisiones de incendios para el sureste de Australia.

     

    Enlace al articulo original: https://www.nature.com/articles/s41586-021-03712-y

     

  • Los incendios forestales queman en Europa un área equivalente a la quinta parte de la superficie de Bélgica

     

    3-4 minutos

     

    Incendio forestal en Añón de Moncayo, España, el sábado 13 de agosto. El país ha sido el más afectado, perdiendo 245.527 hectáreas. Fotografía: Fabián Simón/AP.

     

    En toda Europa, un área equivalente a una quinta parte de la superficie de Bélgica ha sido devastada por las llamas a medida que sucesivas olas de calor abrasador y una sequía histórica impulsan al continente hacia lo que los expertos dicen que probablemente sea un año récord en destrucción por incendios forestales.

    Según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (Effis) de Copernicus, en todo el continente han ardido 659.541 hectáreas entre enero y mediados de agosto, la mayor cantidad en este mismo período del año desde que comenzaron los registros en 2006, y un 56% superior al anterior récord de 2017, cuando se quemaron 420.913 hectáreas en el mismo período. Ese año se cerró con 988.087 hectáreas de tierra quemada; por tanto, si se mantiene la tendencia actual se estima que este año podrían perderse más de 1 millón de hectáreas por incendios forestales.

    La superficie terrestre total quemada en toda Europa en lo que va de año es el doble del promedio de 2006-2021, según muestran los datos de Effis, mientras que el número acumulado de incendios es más de cuatro veces el promedio durante el mismo período.

     

     

    Número de incendios acumulado semanalmente en toda Europa (se incluyen los incendios iguales o superiores a aproximadamente 30 hectáreas). Hasta el 13 de agosto ha habido 4 veces más incendios que el promedio del período 2006-2021. Fuente Copernicus, Effis.

     

    Si bien las temporadas de incendios en la Unión Europea se concentran históricamente en los países de la región mediterránea, desde 2010 se producen también en los países del centro y del norte.

    España ha sido hasta ahora el país más afectado, perdiendo 245.527 hectáreas, seguido por Rumanía (150.528) y Portugal (75.350). En Francia se han quemado más de 60.000 hectáreas, superando ya a las 43.600 que perdió a lo largo de todo 2019, su récord anterior.

    La semana pasada el servicio de vigilancia atmosférica de Copernicus (CAMS) de la UE, que proporciona los datos satelitales utilizados por Effis, ya advirtió que gran parte de Europa occidental estaba en riesgo de incendio “extremo” o “muy extremo”.

    También ha informado que la potencia radiativa total diaria de los incendios en curso, una medida de su intensidad, era significativamente más alta en Francia, España y Portugal que el promedio de julio y agosto, mientras que las emisiones de carbono de los incendios forestales batieron todos los récords en Francia y España.

      

    Área quemada acumulada semanalmente en toda Europa (se incluyen los incendios iguales o superiores a aproximadamente 30 hectáreas). Hasta el 13 de agosto la superficie quemada es doble que el promedio del 2006-2021. Fuente Copernicus, Effis.

     

    El incendio de Landiras (Francia), que se reavivó la semana pasada tras destruir 14.000 hectáreas en julio, ha arrasado otras 7.600 hectáreas, obligando a la evacuación de 10.000 personas. El sábado, Portugal dio por controlado un gran incendio forestal que había estado ardiendo durante una semana en Serra da Estrela, designado parque natural por la Unesco. También se apagó un incendio en la frontera checo-alemana durante el fin de semana.

    El domingo, en la provincia de Zaragoza, un incendio fuera de control había destruido ya unas 8.000 hectáreas y obligado a la evacuación de 1.500 personas de ocho pueblos. Según los datos de Effis, el área total de tierra que quemada en España en lo que va del año es casi cuatro veces el promedio anual del país de 66.965 hectáreas desde 2006, cuando comenzaron los registros.

     

     Área quemada acumulada semanalmente en España (se incluyen los incendios iguales o superiores a aproximadamente 30 hectáreas). Fuente Copernicus, Effis.

     

    Información de Jon Henley corresponsal en Europa.

    Publicado en The Guardian el 15 de agosto de 2022. Enlace al artículo original en inglés.

     

      

  • Los incendios más intensos y frecuentes pueden reducir la captura de carbono por los bosques

    Un estudio global muestra que las llamas disminuyen la densidad de los bosques y el tamaño de los árboles, lo que hace que las maderas tangan menor capacidad de captar  carbono

     

    A prescribed burn at Cedar Grove in California

    Un incendio extinguido en Cedar Grove en California. Los estudios han demostrado cómo los incendios frecuentes reducen los niveles de nutrientes en el suelo. Fotografía: Tony Caprio / Nature Ecology & Evolution

     

    Los incendios más graves y frecuentes están reduciendo la densidad de los bosques y el tamaño de los árboles y pueden dañar la capacidad de los bosques para capturar carbono en el futuro, según un estudio global.

    Aunque los incendios forestales son fenómenos que pueden ocurrir por causas naturales y los bosques naturales se regeneran, el calentamiento global y la actividad humana han provocado un aumento de la frecuencia e intensidad de los incendios. Los incendios forestales queman el 5% de la superficie del planeta cada año, liberando dióxido de carbono a la atmósfera equivalente a una quinta parte de nuestras emisiones anuales de combustibles fósiles.

    Los investigadores que analizan décadas de datos de 29 regiones de África, Australia, América del Norte y América del Sur han descubierto que los sitios que tenían incendios cada año tenían un 63% menos de árboles individuales y un 72% menos de área basal, una medida que revela que los árboles son mucho más pequeños, que en lugares que nunca ardieron. Es probable que los paisajes con menos árboles más pequeños capturen menos carbono.

    Existe un creciente interés en plantar árboles como una solución climática natural, con la campaña Trillion Trees atrayendo el apoyo de los políticos y líderes empresariales mundiales e incluso el respaldo entusiasta de Donald Trump en el último año de su presidencia en Estados Unidos.

    Pero los investigadores advirtieron que los esfuerzos de forestación para secuestrar carbono tendrían que elegir los lugares de plantación con cuidado y prestar atención a los cambios en la frecuencia de los incendios, con incendios regulares que cambian las especies dentro de las áreas boscosas, así como el tamaño de los árboles.

    “La plantación de árboles en áreas donde los árboles crecen rápidamente se promueve ampliamente como una forma de mitigar el cambio climático. Pero para ser sostenibles, los planes deben considerar la posibilidad de cambios en la frecuencia e intensidad de los incendios a largo plazo ”, dijo el Dr. Adam Pellegrini de la Universidad de Cambridge, primer autor del artículo.

    "Si planta árboles que no están adaptados al fuego, esos bosques pueden secuestrar carbono durante 20 o 30 años, pero hay que preguntarse qué tan estable es ese carbono".

    El estudio, publicado en Nature Ecology and Evolution, encontró que los ecosistemas de sabana y las regiones tropicales con estaciones húmedas y secas más extremas eran las más sensibles a los cambios en la frecuencia de los incendios. En las zonas tropicales, la hierba crece más vigorosamente en la estación húmeda antes de secarse y arder con mayor intensidad en la estación seca, con incendios más calientes y frecuentes que dificultan la capacidad de algunos árboles para recuperarse del fuego.

    "Nuestro estudio muestra que, aunque las regiones más húmedas son mejores para el crecimiento de los árboles, también son más vulnerables al fuego", dijo Pellegrini. "Eso influirá en las áreas que debemos gestionar para tratar de mitigar el cambio climático".

    Los trópicos son el área favorecida para la forestación motivada por el clima porque los bosques tropicales naturales densos y de rápido crecimiento capturan más carbono que los bosques templados.

    Estudios anteriores han demostrado cómo los incendios frecuentes reducen los niveles de nutrientes como el nitrógeno en el suelo. La nueva investigación muestra que esto puede favorecer las especies de árboles de crecimiento más lento que pueden prosperar con menos nutrientes. Pero estos árboles pueden limitar la recuperación del bosque más amplio al retener nutrientes en lugar de moverlos al suelo donde pueden ser utilizados por otras especies.

    “A medida que aumenta la frecuencia e intensidad de los incendios debido al cambio climático, la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas forestales cambiarán de muchas maneras debido a los cambios en la composición de los árboles”, dijo Pellegrini. "Las especies de árboles más tolerantes al fuego generalmente crecen más lentamente, lo que reduce la productividad del bosque".

    En el pasado, la mayor parte del carbono liberado por los incendios forestales se recuperaba a medida que los ecosistemas se regeneraban, pero los incendios más frecuentes o intensos no permiten dicha recuperación natural.

    Los ciclos de fuego son una parte positiva y necesaria de algunos paisajes, asegurando una diversidad de plantas y animales. Si las personas en los sistemas de sabanas sofocan los incendios, los pastizales ricos en especies pueden cubrirse rápidamente con un paisaje arbóreo menos diverso.

    El esfuerzo de investigación, una colaboración con los administradores de 374 parcelas forestales en cuatro continentes donde se llevó a cabo o se evitó la quema experimental, examinará a continuación el impacto de los incendios y su frecuencia en la biodiversidad.

     

    Publicado en The Guardian el 25 de febrero de 2021, por Patrick Barkham. Enlace a la noticia original: https://bit.ly/3syLwZD

     

  • Medio ambiente 2021: Decisiones lentas frente a un cambio climático que se acelera

     Shutterstock / NicoElNino

    En materia de medio ambiente, el año que ahora llega a su fin arrancó vestido de azul. Enero de 2021 marcó el inicio de la Década de las Ciencias Oceánicas para el Desarrollo Sostenible, proclamada por las Naciones Unidas, que se alargará hasta finales del 2030.

    El director del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) Josep Lluís Pelegrí Llopart nos ha explicado el objetivo de esta iniciativa: promover una gestión de los océanos y costas basada en el conocimiento científico, que haga de los océanos saludables uno de los pilares para el progreso de toda la humanidad.

    Será difícil, por no decir imposible, alcanzar un desarrollo sostenible con unos mares enfermos. Albergan una enorme biodiversidad, desempeñan un papel determinante en las precipitaciones, son los grandes repositorios y distribuidores de la energía solar y regulan los gases de efecto invernadero.

    El inicio de esta década ha inspirado la serie Océanos 21. En ella, a lo largo de los últimos meses, hemos publicado numerosos artículos que describen la situación en los principales océanos del mundo y hablan de algunos de los principales problemas a los que se enfrentan, como la contaminación acústica y el cambio climático.

    Un nuevo informe del IPCC

    En agosto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) publicó su informe más completo sobre la ciencia del cambio climático desde 2013.

    En la evaluación se presentan nuevas evidencias que responsabilizan del cambio climático a las actividades humanas. El análisis confirma que el calentamiento se está acelerando, al igual que la subida del nivel del mar, y que los fenómenos climáticos extremos (olas de calor, lluvias torrenciales, periodos de sequía) han aumentado en frecuencia e intensidad debido al hombre.

    Para Fernando Valladares, del Museo Nacional de Ciencias Naturales, reducir la emisión de gases de efecto invernadero exige frenar el desarrollo económico, reorganizar y limitar la generación de energía, transformar el transporte, reducir la agricultura y la ganadería intensivas y transformar las ciudades.

    Pero revertir el proceso es cada vez más complicado. Manuel de Castro Muñoz de Lucas, catedrático de Física de la Tierra de la Universidad de Castilla-La Mancha señala que, incluso si lográsemos reducir las emisiones de forma drástica, “la temperatura media global de la superficie tardaría algunos siglos en volver a los valores preindustriales”.

    2021, un año de extremos

    Durante este año, se han dejado notar algunos posibles indicios de esa aceleración climática. Lo estrenamos en España con una intensa ola de nieve y frío que paralizó ciudades enteras. La tormenta Filomena supuso, además, un duro golpe para las familias en situación de probreza energética, como advirtieron María Teresa Cuerdo Vilches (Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja, IETcc - CSIC) y Miguel Ángel Navas Martín (Instituto de Salud Carlos III).

    En verano, mientras inusuales olas de calor azotaban Estados Unidos y Canadá, las tormentas e inundaciones arrasaban Alemania. Un gran problema en todo los casos, dice el catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Alcalá Antonio Ruiz de Elvira, es que no existen protocolos para afrontar estos fenómenos.

    Los otros protagonistas del verano han sido los incendios. Cada vez más voraces y difíciles de extinguir, los actuales se consideran de sexta generación. “Liberan tal cantidad de energía que son capaces de desarrollar un comportamiento propio y de generar vientos erráticos que les permiten propagarse de manera imprevisible”, alerta Rosa María Canals, profesora de Ingeniería Agroalimentaria y del Medio Rural de la Universidad Pública de Navarra.

    El profesor de la Universitat de Lleida Víctor Resco asegura que estamos entrando en la era de los incendios que ya no podemos apagar, aquellos que “pueden arder durante semanas o meses y que solo se apagan cuando llueve”.

    La cumbre del clima

    El 2021 se ha despedido con otra importante iniciativa de Naciones Unidas: la Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26), celebrada en Glasgow el pasado noviembre.

    Los investigadores Pedro Linares (Universidad Pontificia Comillas), Anna Traveset (IMEDEA - CSIC - UIB), Cristina Linares Gil y Julio Díaz (Instituto de Salud Carlos III), Gemma Durán Romero (Universidad Autónoma de Madrid), Roberto Álvarez Fernández (Universidad Nebrija) y Víctor Resco de Dios (Universitat de Lleida) nos hicieron un balance de la cumbre y del Pacto Climático resultante, firmado por 197 países.

    La reunión ha supuesto algunos pasos hacia delante. Se ha exhortado a los países a revisar sus compromisos de reducción de emisiones. También se han declarado buenas intenciones en materia de ayudas económicas a las regiones más pobres, inversión en proyectos de salud y protección de los bosques.

    Pero la reunión ha dejado en el aire algunas cuestiones. Una de ellas es el plan de financiación climática y la lista de contribuyentes. Por otro lado, aunque se planteó poner fin al carbón y las ayudas a los combustibles fósiles, no se han fijado medidas firmes.

    Los próximos años serán decisivos para que se concreten todos estos aspectos. De momento, los países han acordado reunirse en noviembre del 2022 en Egipto para presentar unos compromisos más ambiciosos para reducir emisiones. Veremos si entonces llegan con los deberes hechos.

    Fuente: Lucía Caballero Medio Ambiente y Energía / Coordinadora editorial

  • Pinos y eucaliptos: chivos expiatorios en el problema de los incendios forestales

     5 - 7 minutos

    Es frecuente encontrarse con informaciones que califican a unas especies arbóreas de incendiarias y a otras de apagafuegos. Generalmente, se considera que los pinos y los eucaliptos favorecen la propagación del incendio ya que son especies no nativas. Sin embargo, se tiene a los robles o a los castaños por especies ignífugas capaces por sí solas de apagar, o cuanto menos de contener, un incendio. Pero, como vamos a ver, todo esto no son más que creencias infundadas.

    El bosque ibérico original

    Había una vez una península donde todos los bosques eran primigenios. Bosques prístinos donde un tipo de árbol con hojas en forma de aguja y frutos escondidos dentro de una piña era particularmente abundante. Los pinos, como los llamamos ahora, estaban presentes a lo largo y ancho de esa geografía contenida entre los cabos da Roca y de Creus y entre Tarifa y la Estaca de Bares. Y eso fue así hasta que, de repente, hace ya algunos miles de años, algo inesperado ocurrió. Algo que hizo que esos bosques dejaran de ser primigenios y prístinos. 

    Apareció una nueva especie de mamífero. Un bípedo implume que, poco a poco, iría transformando el paisaje. Al principio lo hizo con fuego, la herramienta que mejor conocía. Así renovaba el pasto para el ganado y fertilizaba el terreno para cultivar. Entonces, los pinos dejaron de ser tan comunes, ya que no estaban adaptados a ese nuevo régimen de incendios, y sus poblaciones disminuyeron drásticamente. Además, no eran un tipo de árboles particularmente útiles para los nuevos pobladores peninsulares ya que su madera era poco densa y sus frutos apenas alimentaban al ganado. 

    En cambio, hubo otro tipo de árboles, de hoja ancha y bellota, que fue prosperando. Eran árboles capaces de rebrotar y, por tanto, el nuevo régimen de incendios no diezmó sus poblaciones. Las dehesas, por ejemplo, acoge un tipo de vegetación que resultó favorecida por este tipo de gestión. Y así es como a lo largo de muchos siglos y milenios el humano (ese es el nombre que ahora tiene aquel bípedo implume) fue favoreciendo a los robles y encinas a expensas de los pinos. Un proceso que, con diferentes matices y diferentes técnicas de gestión del terreno, duró hasta prácticamente el siglo XX. 

     

    Bosque de pinos. Jacinta Lluch Valero / Flickr, CC BY-SA

    Primera mitad del siglo XX: la gran renaturalización española

    Entonces la historia dio otro giro inesperado y los humanos empezaron la gran renaturalización de España. Volvieron a introducir los pinos. Se ejecutaron repoblaciones en las que se recuperó ese género de árboles que tan castigado por la acción humana había estado hasta entonces. 

    Debemos destacar que ese género no fue su primera opción. Los científicos de entonces, impregnados todavía por un espíritu ilustrado, hicieron pruebas para determinar qué especies usarían. La gran renaturalización de España no fue tarea fácil. Tras siglos y milenios de explotación y de deforestación, la degradación del terreno era elevada y los experimentos iniciales revelaron que solo era posible introducir especies frugales, como los pinos. 

    Y fue pasando el tiempo. Y las necesidades de los humanos cambiaron. Y el carbón fósil y el petróleo fueron sustituyendo al carbón vegetal y a la leña como fuentes de energía. Y las plantaciones y los bosques se iban abandonando, ya que su rentabilidad disminuía. Y como se había incrementado el número de árboles durante la gran renaturalización, los incendios aumentaron. 

    Segunda mitad del siglo XX: se introducen nuevas especies

    Se reestructuró el modo de vida de los humanos, que pasó a concentrarse en las ciudades a expensas de los pueblos. Y los pocos que quedaron en los ambientes rurales necesitaban alicientes para aumentar la rentabilidad del campo y poder seguir viviendo en él. 

    Así es como se introdujeron nuevas especies, como los eucaliptos. Especies de crecimiento rápido que servían, principalmente, para producir papel. Y los incendios siguieron aumentando no solo porque hubiera más árboles, sino también porque el clima se fue volviendo más seco como consecuencia que la quema del carbón y del petróleo. 

    Y entonces ocurrió un movimiento social curioso. Una gran parte de la ciudadanía retrocedió varias décadas en el tiempo para pedir, de nuevo, que se erradicaran los pinos. Además, este movimiento también pediría que los eucaliptos fueran eliminados. Consideraban que se trata de especies más inflamables que los robles y que no son autóctonas. 

    Que se considere a los pinos como un elemento alóctono de la península es un giro inesperado y desafortunado que muestra el escaso conocimiento de la historia forestal de este país. Que se considere que los pinos y eucaliptos arden más que otras especies indica la escasa comprensión sobre los mecanismos que rigen la combustión y el comportamiento del incendio. 

     El incendio de 2016 en la sierra de Arada-Freida (Portugal) ardió con mucha menor severidad en las plantaciones de eucaliptos (verde) que en el matorral adyacente (negro) debido a las diferencias en la estructura de la vegetación. Paulo M. Fernandes, Author provided

    No hay especies más inflamables que otras

    Se podría decir que la combustión es una fotosíntesis a la inversa. Es decir, si durante la fotosíntesis el CO₂ se reduce para formar carbohidratos, estos son oxidados durante un incendio y transformados de nuevo en CO₂. Por tanto, cualquier organismo que fotosintetiza (o que tiene carbono) puede ser quemado. Hablar de árboles no inflamables, o incluso de árboles ignífugos, es por tanto un absurdo. 

    Es cierto que, si aislamos en un laboratorio una hoja y medimos su inflamabilidad, nos encontramos diferencias entre las especies. Pero no es cierto que la inflamabilidad de las hojas de los pinos sea necesariamente mayor que la de las encinas. La humedad foliar en los primeros, por ejemplo, es difícil que baje por debajo del 100 %, mientras que en las encinas es común que esté al 80 %.

     Pinar de repoblación con inflamabilidad baja (izquierda) y encinar con inflamabilidad elevada (derecha) en la cordillera prelitoral de Tarragona. Las diferencias en la inflamabilidad derivan de la estructura, no de la especie. Resco de Dios V. 2020. 'Plant-Fire Interactions: Applying Ecophysiology to Wildfire Managament'. Springer, Author provided

    Además, no se pueden extrapolar los resultados de un hoja a escala de árbol porque la propia arquitectura del árbol afecta a la inflamabilidad, independientemente de cómo ardan las hojas. A escala de incendio todavía menos, ya que otros elementos como la topografía, la meteorología o la disposición física del combustible y la estructura del paisaje y de la vegetación son mucho más importantes. 

    Entonces, ¿por qué en ocasiones se salvan los robles o castaños del incendio? Generalmente, eso ocurre en zonas como los fondos de valle que naturalmente son más húmedas y, por tanto, el incendio es menos intenso por el efecto de la topografía. También puede ocurrir en ambientes urbanos ajardinados, donde la escasa continuidad del combustible dificulta el paso de las llamas. 

    Aunque haya quien crea que los pinos y los eucaliptos son los culpables de los incendios actuales, es probable que sin ellos los incendios fueran aún más graves. El abandono rural, que es la causa primera de la gravedad de los incendios actuales, sería aún mayor. 

    Fuente:    Profesor de Incendios y Cambio Global en PVCF-Agrotecnio, Universitat de Lleida

     

  • Reacciones a la ola de incendios forestales registrados en la península ibérica

     5 - 6 minutos

    Coincidiendo con la ola de calor, se han originado y propagado numerosos incendios forestales en la península ibérica, con dos víctimas mortales en la provincia de Zamora. 

    Incendio en el Parque Nacional de Monfragüe, en el municipio de Deleitosa (Cáceres). / Ismael Herrero | EFE

    Cristina Santín Nuño,Investigadora Ramón y Cajal en el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (CSIC-Universidad de Oviedo-Principado de Asturias). Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad (CSIC-Universidad de Oviedo-Principado de Asturias).

    Bajo estas condiciones meteorológicas tan extremas de calor, sequedad y, en algunos casos, más viento, es más fácil que los incendios que se producen sean más virulentos: más rápidos, más intensos y, por tanto, más peligrosos y difíciles de controlar.  

    Para que se produzca un incendio necesitamos tres ingredientes: algo que lo empiece (fuente de ignición), vegetación que lo alimente y condiciones meteorológicas que hagan que esa vegetación esté suficientemente seca para que queme. Las olas de calor facilitan este tercer ingrediente. Además, muchas veces estas olas de calor conllevan tormentas eléctricas que, cuando no vienen con lluvia, son fuentes de ignición importantes.  

    Lo que pase el resto del verano dependerá de cuantas olas de calor más vengan. Llevamos ya tres y no hemos acabado julio.  

    El cambio climático ya ha hecho que el riesgo meteorológico de incendios aumente en todo el mundo. Por ejemplo, en la cuenca mediterránea, el riesgo meteorológico extremo de incendio (asociado a olas de calor como las que estamos viviendo) se ha duplicado en los últimos 40 años. Además, la temporada de incendios se ha alargado ya casi un mes. Esto quiere decir que el cambio climático está facilitando que haya más incendios y más graves. Pero no es solo cuestión del cambio climático; el abandono rural en nuestro país está haciendo que haya más vegetación en nuestro paisaje y esta vegetación sea más continua. La combinación de más vegetación y más calor es la que desencadena situaciones desastrosas como las que estamos viendo ahora.  

    En cuanto a las fuentes de ignición, el origen natural es siempre por rayos y, en algunas zonas de España, esta causa es bastante frecuente. Pero en muchas regiones de nuestro país, la mayoría de los incendios son de origen humano, bien por accidentes o negligencias o por incendios intencionados causados por incendiarios. Es esencial entender estas causas e intentar limitarlas todo lo posible. Por ejemplo, prohibiendo algunas actividades al aire libre cuando el riesgo de incendio es extremo (por ejemplo, barbacoas o trabajos con maquinaría que desprenda chispas). En el caso de los incendios intencionados, es un tema muy complejo. La gente habla siempre de aumentar las penas legales pero esa no puede ser la única solución ya que, para empezar, demostrar que alguien ha sido el culpable es tremendamente complicado. En mi opinión hay que trabajar con y desde la población rural para intentar solucionarlo.  

    No hay conflicto de intereses

    Adrián Regos Sanz,Doctor en ecología terrestre e investigador del Centro Tecnológico y Forestal de Catalunya (CTFC). Centro Tecnológico y Foresal de Catalunya (CTFC)

    Un año más, y en plena ola de calor, sentimos la impotencia de ver nuestros bosques y espacios naturales más emblemáticos arder con pocas opciones realistas para hacerles frente. ¿Y a qué se debe esta recurrente situación? El problema no es reciente, viene de largo. En España, como en muchos países del sur de Europa, el abandono rural y la consecuente pérdida de la actividad agropastoral tradicional ha favorecido la transición hacia paisajes más inflamables. La cantidad de ‘combustible’, es decir, de vegetación disponible para arder, ha aumentado en las últimas décadas. El abandono que está sufriendo nuestro mundo rural desde mediados del siglo pasado no solo conlleva un mayor riesgo de incendio sino la pérdida progresiva del gran valor cultural asociado a estas actividades tradicionales, además de una pérdida irreparable de biodiversidad —son muchas las especies adaptadas a los hábitats creados por la agricultura y ganadería extensiva en nuestro país—. Gran parte de nuestros pastizales, brezales o humedales han sido progresivamente reemplazados por plantaciones forestales, cuya planificación responde exclusivamente a intereses económicos y cuya gestión brilla por su ausencia.  

    Pero el aumento en la intensidad y severidad de los incendios que estamos sufriendo en la última década no solo responde a esta variable. Es su interacción con otros factores lo que hace de esta compleja ecuación un problema difícil de resolver. Las políticas actuales de extinción están centradas en la supresión inmediata de cualquier tipo de incendio, independientemente de las condiciones y la intensidad con la que se produzca. Esta política está favoreciendo paradójicamente la acumulación de ‘combustible’, al privar a nuestros ecosistemas de un proceso ecológico fundamental, el fuego. ¿Cómo gestionar nuestros paisajes forestales sin fuego?, ¿dónde están los recursos para una gestión a escala de paisaje que nos permita hacer frente a esta nueva generación de incendios? Vienen para quedarse y necesitamos ser conscientes de que el calentamiento climático solo va a favorecer las condiciones para que estas olas de incendios se repitan con más frecuencia y virulencia. La acumulación progresiva de vegetación sin gestionar, bajo las condiciones de sequía y estrés hídrico a la que están expuestas, crea las condiciones ideales para la generación de eventos extremos ante los cuales las brigadas de extinción tienen poco que hacer, más allá de arriesgar sus vidas.   

    Necesitamos ser conscientes del problema. Necesitamos crear paisajes más resistentes y resilientes a los grandes incendios forestales, caminar hacia territorios ‘fire-smart. Nuestros paisajes necesitan una gestión proactiva, adaptativa y holística que permita un desarrollo rural compatible —a medio y largo plazo— con la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Para ello es necesaria una actitud conciliadora, integradora y una visión holística que favorezca las sinergias entre las diferentes políticas sectoriales y reduzcan los riesgos asociados con el cambio climático y el abandono rural en nuestro país. El Pacto Verde Europeo ofrece el marco normativo para hacer frente a estos retos, y sin duda, una oportunidad única para integrar una visión ‘fire-smart’ en las nuevas políticas energéticas, ambientales y agroforestales.

    No hay conflicto de intereses

    Cristina del Rocío Montiel,Catedrática de Análisis Geográfico Regional y directora del Grupo de Investigación 'Geografía, Política y Socioeconomía Forestal'. Universidad Complutense de Madrid

    Las olas de calor y los grandes incendios han existido siempre, pero ni las olas de calor han sido tan frecuentes ni los incendios han sido tan intensos y desproporcionados. Ya no se trata de situaciones meteorológicas puntuales de carácter extremo. El cambio climático provoca olas de calor más intensas en momentos y lugares insólitos. Y las características del paisaje actual provocan también incendios diferentes, más rápidos, violentos y completamente fuera de capacidad de extinción.

    Desde mediados del siglo pasado está cambiando aceleradamente el régimen de incendios (frecuencia, intensidad y superficie media) pero, sobre todo, está cambiando el contexto socioespacial en el que se producen ahora (simultaneidad, incertidumbre y vulnerabilidad de la población). La "pirotransición" o cambio brusco del comportamiento del fuego fue consecuencia de la desestabilización del paisaje debido a la sustitución del combustible vegetal (leñas) por el combustible fósil (derivados del petróleo), que acompañó al crecimiento urbano y al proceso de industrialización del país. El cambio climático ha provocado nuevas condiciones de riesgo. El problema al que nos enfrentamos hoy es diferente y exige también políticas diferentes.

    No hay conflicto de intereses

    Fuente:

  • Reactivar el mundo rural, clave para prevenir los grandes incendios forestales

    A_Lesik / Shutterstock

     

    Parece que va siendo palpable en la población general los pronósticos de los expertos. Una de las consecuencias más graves del cambio climático es el riesgo de grandes incendios. Las cada vez más frecuentes olas de calor, los prolongados periodos de sequía y los intensos vientos desecantes están estresando los hábitats naturales y las masas forestales. Estos factores favorecen incendios que acumulan mucha energía, desarrollan un comportamiento errático y peligroso y superan rápidamente la capacidad de extinción de los cuerpos de bomberos forestales, altamente preparados y capacitados para la extinción en España.

    Los medios para frenar la deriva del clima son en gran parte conocidos por la población. Sabemos que se trata de una carrera de larga distancia en la que debemos emplearnos a fondo desde todas las escalas posibles de la gobernanza, empezando por los organismos internacionales, continuando por los gobiernos nacionales y regionales, y acabando por cada uno de nosotros y el estilo de vida que de manera responsable adoptemos seguir.

    Los medios para frenar el abandono al que está sometido el entorno natural (y cultural) y las acumulaciones de vegetación (combustible) es algo que quizás no está tan claro para la sociedad, y en lo que se puede trabajar mucho y bien, con resultados que pueden ser esperanzadores en el corto y medio plazo. Merece la pena intentarlo.

     

    Gestionar el paisaje para prevenir incendios

    Crear paisajes resilientes significa adaptar nuestro entorno natural y rural a las amenazas derivadas del cambio climático, como los incendios de gran magnitud, tanto para nuestra seguridad como para asegurar la biodiversidad que acogen y que está también amenazada por la extrema severidad de estos incendios.

    Controlar la cantidad de carga combustible, su estado hídrico y su continuidad es un paso esencial en la lucha contra el fuego y podemos trabajarlo adecuadamente durante todo el año llevando a cabo una buena planificación y poniendo en práctica el conocimiento existente.

    Trabajar sobre todo el territorio es complejo, pero podemos empezar priorizando los esfuerzos en los ecosistemas naturales más valiosos, los núcleos habitados (interfaz urbano-forestal), las infraestructuras esenciales y en las áreas más críticas para el avance de un fuego. Vamos a reflexionar sobre ello con algunos ejemplos.

     

    Cómo evitar la acumulación de combustible

    La reciente ola de calor temprana ha puesto en jaque a Navarra. En especial a sus cuencas cerealistas y a sus sierras intermedias parcialmente repobladas con bosques de coníferas. En ambas situaciones pueden adoptarse medidas para controlar las cargas de combustible y reducir el riesgo de un gran incendio.

    Esta ola de calor ha coincidido con un cereal ya seco en el campo, y a punto de ser cosechado. Independientemente de una posible ignición del fuego por el trabajo de las cosechadoras, la paja seca en el campo ha favorecido la rápida propagación del fuego.

     

     
    Imagen de un incendio tomada en la Cuenca de Pamplona el pasado 18 de junio. Rosa M. CanalsAuthor provided

    Si los veranos son cada vez más tempranos y más intensos, la planificación de los cultivos en el entorno de los núcleos habitados y de las áreas críticas es una medida que debe contemplarse con celeridad. Se trata de la creación de cinturones verdes: superficies amplias de muy baja carga combustible que actúen como un escudo protector para aquello que encierran en su interior y que faciliten también la accesibilidad para las tareas de extinción.

    Una superficie de cultivo que se mantiene verde en el mes de junio y con un adecuado estado hídrico puede ser un deterrente para las llamas. También lo es una amplia zona de pastos pastoreados por ganado extensivo que mantiene la vegetación rasa y verde y no la deja crecer más allá de una determinada altura. No lo es, por el contrario, un cultivo ya agostado, una pradera abandonada y colonizada por un denso matorral o un bosque descuidado cerca del pueblo.

     

    Una vida rural activa y sostenible

    Si un agricultor debe sembrar un cultivo de menor retorno económico pero con un valor protector frente al fuego de verano o un ganadero decide optar por una ganadería extensiva, utilizadora de los recursos vegetales del entorno –barbechos, eriales, pastos, sistemas adehesados de baja cubierta arbórea– en lugar de por una estabulación de los animales y una producción intensiva que le reporte más beneficio económico, deberemos no sólo pagar por ello, también promoverlo y favorecerlo al máximo.

    De modo similar ocurre con la resiliencia de los bosques. La planificación del aprovechamiento forestal como fuente de energía para las poblaciones locales, la reducción de la cabida cubierta para mantener un mejor estado hídrico de las masas forestales y la promoción de bosques mixtos, entre otras medidas, ayudan a gestionar los bosques abandonados y a hacerlos más resilientes.

    En definitiva, necesitamos promover y facilitar una vida rural activa y utilizadora de los recursos de su entorno si queremos protegernos y proteger nuestro medio natural de eventos devastadores de gran magnitud. Así lo hicieron nuestros antepasados, creando cinturones de baja carga combustible (huertas, pastos) alrededor de sus hogares y utilizando la madera y la leña de los bosques como fuentes de energía. Nos pareció tan esencial, quizás tan banal, que no dimos importancia a ese conocimiento ancestral de convivencia con el entorno. Nos pareció mera supervivencia.

    Ante un cambio climático que nos está mostrando su peor cara, se hace palpable la necesidad de recordar ese conocimiento, modernizarlo, planificarlo y promoverlo para crear un entorno seguro y un paisaje resiliente. Se trata también ahora, como en tiempos ancestrales, de una cuestión de mera supervivencia.

     

    Publicado en The Conversation el 22 de junio de 2022. Enlace al original.

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  • Se prevé que el número de incendios forestales aumente en un 50% para 2100

    Según un nuevo informe, el cambio climático y la utilización del uso del suelo harán que los incendios forestales sean más frecuentes e intensos, con un aumento mundial de los incendios extremos de hasta un 14% para 2030, un 30% para finales de 2050 y un 50% para finales de siglo.

    Incluso el Ártico se enfrenta a un riesgo creciente de incendios forestales, según el informe Spreading like Wildfire: The Rising Threat of Extraordinary Landscape Fires, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y GRID-Arendal. En él se hace un llamamiento a los gobiernos para que cambien radicalmente sus inversiones en incendios forestales y se centren en la prevención.

    El informe se publicó antes del comienzo de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente en Nairobi, el 28 de febrero, y de la publicación del informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático sobre los impactos, la adaptación y la vulnerabilidad.

    Los incendios forestales y el cambio climático se intensifican mutuamente. Los incendios forestales se agravan por el cambio climático debido al aumento de la sequía, las altas temperaturas del aire, la baja humedad relativa, los rayos y los fuertes vientos que provocan temporadas de incendios al ser más cálidas, secas y largas. Al mismo tiempo, el cambio climático agrava los incendios forestales, sobre todo porque arrasa ecosistemas sensibles y ricos en carbono, como las turberas y los bosques tropicales. Esto convierte los paisajes en polvorines, lo que hace más difícil frenar el aumento de las temperaturas.

    En los últimos años se han registrado temporadas de incendios forestales sin precedentes en todo el mundo, desde Australia hasta el Ártico y América del Norte y del Sur. Esto es un presagio del futuro. Algunos de los mayores aumentos se producirán en zonas que no se solían producir incendios forestales, como el Ártico y Europa central. Si las emisiones de gases de efecto invernadero se mantienen al ritmo actual, es probable que también aumenten las quemas en los bosques tropicales de Indonesia y el sur del Amazonas.

    La vida silvestre y sus hábitats naturales rara vez se libran de los incendios, lo que acerca a algunas especies animales y vegetales a la extinción. Un ejemplo reciente son los incendios forestales de Australia de 2020, que se calcula que acabaron con miles de millones de animales domésticos y salvajes.

    Incluso si se reducen los gases de efecto invernadero, podría producirse un aumento sustancial de los incendios forestales en todo el mundo, advierte el informe, que cuenta con aportaciones de científicos de todo el mundo, entre ellos los de la Met Office y el Centre for Ecology & Hydrology del Reino Unido.

    Los científicos de la Oficina Meteorológica y del Centro de Ecología e Hidrología del Reino Unido han elaborado modelos para predecir el futuro aumento de los incendios forestales. Para ello, combinaron las observaciones por satélite más actualizadas de los incendios forestales, la cubierta vegetal y las condiciones meteorológicas con múltiples modelos climáticos, lo que permitió a los científicos hacer proyecciones de futuros incendios con mucha más seguridad que antes.

    Aunque los incendios del campo son un proceso natural y, en algunos casos, necesarios para la salud del ecosistema, este informe se centra en los grandes e inusuales incendios (denominados "incendios forestales"). Se prevé un aumento global de los incendios extremos de hasta un 14% para 2030, un 30% para 2050 y un 50% para finales de siglo.

    Fuente:  

  • Según estudios científicos, el calentamiento global está relacionado con algunos casos de nacimientos prematuros y daños a la salud de los bebés

     
  • Tormentas de fuego: qué hacer frente a los incendios de potencia atómica (quizá una de las soluciones pase por comprar menos aviones y contratar más bomberos durante todo el año para hacer labores preventivas)

    El incendio en Pedrogão Grande del 17 de junio de 2017 fue la primera tormenta de fuego en la península ibérica. Enoque Moises / Shutterstock

     

    En junio de 2017 cambió para siempre nuestra forma de entender los incendios forestales en Europa. El día 17 se estrenaba la campaña de incendios en la península en Pedrogão Grande (Portugal). Lo hizo con un fuego extremadamente violento que llegó a devorar casi 5 000 hectáreas en la peor hora y se cobró la vida de 66 personas.

    Fue la primera tormenta de fuego de la que tenemos constancia en la península ibérica. En el momento de máxima intensidad, la energía emitida por el incendio de Pedrogão Grande llegó a ser equivalente a la de 27 bombas atómicas a la hora.

    Escribimos estas líneas cuando una oleada de incendios inaugura la todavía incipiente temporada en la península ibérica. Estamos en una situación que muestra ciertos paralelismos con lo que pasó en ese fatídico junio de hace 5 años. ¿Se volverá a repetir la pesadilla? ¿Hemos aprendido algo?

     

    Imagen de satélite del 18 de junio de 2017 que muestra el incendio en Castanheira de Pera y Pedrógão Grande. NASA

     

    Incendios extremos a lo largo de la historia

    Antes de abordar la cuestión nos gustaría recordar que ni los incendios, ni los incendios extremos, son fenómenos recientes en la naturaleza. Los primeros incendios documentados ocurrieron hace ya 420 millones de años.

    El primer incendio catastrófico del que tenemos constancia, según los cánones actuales de qué constituye una catástrofe ecológica, ocurrió en la localidad de Mayo, en Irlanda, hace ya 350 millones de años. El megaincendio que ocurrió no solo calcinó la vegetación, sino que desestabilizó los sistemas biogeoquímicos y sedimentarios hasta el punto que se diezmaron las poblaciones piscícolas de aguas abajo.

    Asimismo, tenemos constancia de que las tormentas de fuego (también llamados incendios de 6ª generación) han ocurrido solo de forma escasa, aunque recurrente, fuera de la península. La más reciente cerca de nuestra geografía ocurrió en 1949 en las Landas francesas, cerca de Burdeos.

    Lo que sí es nuevo es la recurrencia de estos eventos. A escala global, nos encontramos cada vez una mayor frecuencia de incendios extremos que algunos consideran incluso sin precedentes.

     

    Causas de los incendios violentos

    Los incendios extremos resultan de tener grandes acumulaciones de combustible o vegetación que están conectadas a escala de paisaje. Esto es, masas forestales continuas, sin gestión o abandonadas, y sin apenas disrupción por campos agrícolas.

    El estrés hídrico, que resulta tanto de la competencia entre árboles (fruto de la falta de gestión) como de sequías exacerbadas por el cambio climático, predisponen a que esas masas forestales sean pasto de las llamas.

    Cuando se produce la ignición a esas masas inflamables bajo olas de calor, que convierten la atmósfera en altamente desecante, o fuertes vientos y pendientes, el gran incendio está asegurado.

    La noche suele aportar la ventana de condiciones óptima para abordar la extinción del incendio. Pero el cambio climático hace que las temperaturas nocturnas aumenten más que las diurnas, con un efecto más que notable sobre la capacidad de extinción.

    Bajo esas circunstancias, el incendio crece tan rápido que la energía producida puede ser varias veces mayor que la emitida en una bomba atómica como la de Hiroshima. En ese caso el incendio crea su propio ambiente de fuego: su propio patrón de propagación llegando a alterar incluso la meteorología.

     

     
    Ejemplo de incendio con la potencia de varias bombas atómicas en septiembre 2016 en el Parque Natural do Alvão, Portugal. Paulo FernandesAuthor provided

    Una respuesta insuficiente

    Nuestra respuesta al aumento en la virulencia siempre es la misma: aumentar los medios. A escala continental, el Mecanismo Europeo de Protección Civil se ha reforzado con más recursos de extinción, pero siempre serán una gota de agua en el océano durante las pirocrisis. Más importante que aumentar los medios de extinción es adaptar su preparación y respuesta a las condiciones pirometeorológicas.

    En Portugal, se reconoció políticamente la necesidad de abordar las causas estructurales vinculadas al territorio y se creó una agencia para la gestión integrada del fuego, con un aumento del presupuesto para la prevención. Otros países podrán aprender de la experiencia portuguesa y monitorear los resultados futuros de este enfoque.

    En España, siempre empeñados con más aviones y más grandes, los bomberos tienen en muchas ocasiones condiciones laborales precarias. Aprovechar su amplio conocimiento para desarrollar acciones preventivas en invierno sería una inversión más efectiva, aunque menos efectista, que comprar aviones grandes. Recordemos que, según los cálculos de bomberos, más del 75 % de las descargas aéreas son ineficientes.

    Hasta la Comisión Europea ha reconocido la necesidad de un enfoque firesmart, pero sobre el terreno queda casi todo por hacer.

     

    ¿El problema tiene solución?

    Siempre tendremos grandes incendios forestales. Pero podemos reducir su probabilidad, frecuencia y tamaño si disminuimos la continuidad del paisaje forestal y promovemos el mosaico de tipos de vegetación y la menor acumulación de combustibles.

    En condiciones meteorológicas extremas, las medidas de gestión pueden no disminuir la propagación de los incendios, pero reducen la energía potencialmente liberada, lo que facilita la labor de los medios de extinción, reduce la severidad del incendio y aumenta la resiliencia del territorio.

    Debemos también abordar el cambio climático urgentemente.

    Nuestra forma de afrontar el problema de los incendios forestales, más medios y menos gestión del territorio, nos está llevando a una guerra nuclear contra la naturaleza. Y esta es una guerra que no vamos a ganar. Debemos buscar la solución en la ciencia e ingeniería forestal y no en los eslóganes políticos. La siguiente tormenta de fuego en la península puede ocurrir en cualquier momento.

     

    Publicado en The Conversation el 22 de junio de 2022. Enlace al original.

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